The Speakers/The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón


The Speakers

The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón

Salga el sol

2007


Terquedad, esa es la palabra que mejor puede definir a Mario Galeano y a la legendaria agrupación bogotana Los Speakers. Por un lado, en una época en que las nuevas tecnologías nos permiten obtener en un parpadeo cualquier extravagante documento musical con solo teclear un nombre en el ordenador y esperar pacientemente a que “baje”, Galeano, bajista, compositor, profesor y ahora productor de cintas perdidas, se dio a la tarea de invertir parte de su patrimonio personal para sacar a la luz la primera reedición autorizada de “The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón”, una grabación que durante 39 años permaneció en la memoria de coleccionistas como un raro objeto de culto, más apreciado en Europa y en Norteamérica que en Colombia y que hoy, gracias al empeño del bajista llega no solo a las manos de melómanos nostálgicos sino también a una generación de jóvenes roqueros colombianos que por falta de información o curiosidad (en el peor de los casos) no se alcanzan a imaginar que casi cuatro décadas atrás si hubo rock, verdadero rock and roll, en estas tierras donde la peste del olvido ha condenado, con injusto mutismo, verdaderas joyas del patrimonio sonoro nacional como lo es el caso de esta obra monumental que si bien fue el colofón de una década y el fin de los Speakers como agrupación, marcó un hito en la fragmentada (y hasta hoy nunca contada) historia del rock colombiano.
Ahora bien, si Mario Galeano es un aventurado por querer “recuperar y hacer visibles músicas extraviadas”, los Speakers fueron en 1968, año del lanzamiento de su disco, una agrupación obstinada que cansada de la complacencia ante los medios y el público adolescente, se embarcaron en un proyecto discográfico sin precedentes en la escena local pues dieron vida a una obra conceptual en la que poesía, experimentación musical y arte gráfico lograron condensar en un mismo discurso el desencanto ante una sociedad pacata y moralista que en vez de manifestarse en contra de los muertos de la guerra, se escandalizaba por el pelo largo, la libertad sexual y el discurso crítico de unos jóvenes que a través de la música tomaban conciencia de su lugar en el mundo. “Cuando se creó esta versión de los Speakers, que fue la última prácticamente”, dice el baterista Roberto Fiorilli desde su hogar en Italia, “la agrupación era simplemente un grupo de muchachitos ye-ye y go-go que hacían música comercial y se presentaban muy bien en la televisión. Cuando yo llegué al grupo, este ya tenía una conciencia más sospechosa de lo que era la sociedad. Una de las cosas que a nosotros nos importaba era decirle a la gente que no éramos los muchachitos vestidos de go-go que hacíamos música en la televisión, sino que también planteábamos situaciones serias. Estábamos presentes en la época y no sólo con canciones de amor.” Valiente apuesta si se tiene en cuenta que para esa época la industria del disco, en un afán dogmático y estandarizado, se empeñaba en mostrar como únicos representantes del movimiento a ciertos artistas de corte comercial ligeros y cómodos para el público como lo fueron Vicky, Harold y Óscar Golden.
Después de cuatro registros anteriores, realizados entre 1964 y 1967, donde se mostraron aparentemente inofensivos, los Speakers presentaron su nuevo proyecto a las disqueras que los habían acogido como sus artistas de cabecera. La respuesta fue nula de parte de los sellos quienes afirmaron que la obra iba a ser, además de políticamente incorrecta, desbordada en costos y un fracaso comercial. La negativa tuvo como resultado el hecho de que la agrupación decidiera asumir la totalidad de los gastos de su producción y prácticamente tuvieron la libertad a sus pies, es decir, pudieron hacer lo que les dio la gana. Con la complicidad de Manuel Drezner, un empresario que acababa de instalar en sus estudios los artefactos de grabación más avanzados de Latinoamérica, Humberto Monroy, Rodrigo García y Roberto Fiorilli se encerraron durante 4 meses en las instalaciones de Ingesón (así se llamaba el estudio de Drezner) y en jornadas maratónicas que culminaban en las madrugadas concibieron un disco en el que pudieron explorar las posibilidades sonoras que les permitían dichos aparatos.
Considerada por muchos críticos y coleccionistas como la “obra maestra de la psicodelia latinoamericana”, “The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón” habla por si sola. Desde su dramático inicio en el que un caminante despreocupado es arrasado por un tren, los doce cortes que la integran son un logro musical muy avanzado para la época en Colombia si se tienen en cuenta varios aspectos como lo son arreglos sinfónicos de una sección de vientos, efectos vocales en los que podemos escuchar desde una voz marciana hasta la transmisión radial de una prueba nuclear, cintas magnetofónicas manipuladas y la inclusión de instrumentos tradicionales colombianos, esto último, un recurso técnico pionero de lo que es la actualidad musical colombiana y que Fiorilli evoca como un momento en el que tuvieron una conciencia histórica, no nacionalista: “Vimos a los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta hacer música muy intuitiva con sonajeros y conchas marinas. En ese instante decidimos incorporar estos elementos a nuestra música para poder demostrar que no éramos solamente roqueros sino que teníamos en nuestro interior un interés hacia lo que era el país y sus antecedentes culturales”.
Pero si la parte musical fue todo un logro, el concepto literario y el diseño fueron no un complemento sino la culminación de una obra integral. En efecto, las letras eran algo más que un simple llanto al amor perdido. Allí estuvieron, para la inmortalidad “Oda a la gente mediocre”, Si la guerra es un negocio, invierte a tus hijos” y “Salmo siglo XX, era de la destrucción”, elocuentes, sarcásticos y frenteros testimonios de una realidad que después de varios años parece no cambiar en nada. Por otro lado, se incluyó un críptico texto del nadaista Darío Ruiz y dos dibujos de Carlos Granada y Augusto Rendón, dos importantes artistas plásticos que en los sesenta fueron ganadores del Salón Nacional de Artistas.
Todo esto y mucho más es lo que usted podrá encontrar en las mil ediciones numeradas que Mario Galeano ha editado en un formato de lujo, tamaño sencillo, cuadernillo y arte originales, notas introductorias y esclarecedoras, sonido mejorado más no aséptico y una réplica de un ácido para “experiencias extrasensoriales” y mejor comprensión de un disco que tristemente no sonó y se relegó al museo como una extraña pieza de colección.

Publicado originalmente en Rolling Stone # 41, Junio 2007

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo tambien compré el cd reeditado!!!