Varios Artistas/Island Groove; Caribbean Roots Vol. 1


Varios Artistas
Island Groove: Caribbean Roots Vol. 1
Reef Records
2009

A decir verdad, este proyecto no es novedoso. Grabar músicas de corte tradicional en su lugar de origen, sin efectos prefabricados y buscando la mayor naturalidad posible, fue un ejercicio de etnomusicología a través de cual, hace más de 70 años, Alan Lomax desenterró el jazz y el blues en sus manifestaciones más crudas. En Colombia, aunque el oficio no es tan legendario, tenemos a la mano valiosos precedentes como lo son los registros llevados a cabo por Guillermo Carbó, el percusionista Urián Sarmiento y la minuciosa labor que desde 1993 desarrolla Egberto Bermúdez con la Fundación De Mvsica.
El caso es que, aparte de los discos editados por estos tres investigadores (y las grabaciones de campo que el sello Ocora de Radio Francia prensó hace unos años sobre vallenato, bullerengue y música de sexteto), las publicaciones de música tradicional colombiana no se han caracterizado precisamente por la filigrana, el respeto y la proyección comercial que se merecen productos donde están contenidas las memorias sonoras de un país.
De esta problemática surge el año pasado Reef Records, un pequeño sello independiente que con “Island Groove: Caribbean Roots Vol. 1” ha demostrado cómo es posible acercarse sutilmente a tradiciones centenarias sin deformar su esencia y, mucho menos, sin llegar a la obviedad nacionalista. Acá hay rigor para abordar los contenidos históricos, calidad en la producción musical, estilo en el diseño y honestidad en cuanto a la claridad (en términos comerciales y jurídicos) que los miembros del sello ha tenido con los músicos protagonistas del disco.
Grabado en bloque en septiembre de 2008, “Island Groove: Caribbean Roots Vol. 1” es una compilación que reúne a Trujillo Hawkins & El Polvorete, Roots Radical y Tini Martínez, tres de los baluartes musicales más significativos de la zona insular de Providencia y Santa Catalina, islas en las que a partir del siglo XVII (cuando puritanos ingleses y escoceses llegaron con esclavos a colonizar) se ha venido tejiendo una compleja e híbrida tradición sonora compuesta por música de salón europea (mazurca, waltz, polka, schotisch), pasillo colombiano, manifestaciones rurales caribeñas (calypso y mentó), ritmos modernos de procedencia africana (socca y champeta), blues norteamericano y, recientemente, vallenato y reguetón.
Resulta crucial, desde cualquier punto de vista, una compilación de esta naturaleza si tenemos en cuenta que es la oportunidad para conocer, con sorpresa, personajes como Tini Martínez, un pescador guajiro, isleño de crianza y clásico trovador que con su melancólica voz, su guitarra y, a veces la mandolina, nos evoca un autentico bluesman del tipo Leadbelly. Martínez es hoy en día el principal protagonista de la música de cuerdas del Caribe insular, oficio que aprendió en largos vagabundajes, a pie, en caballo o en bote cuando salía a enamorar mujeres con sus serenatas.
Acá también está El Polvorete, grupo dirigido por Trujillo Hawkins, un insigne profesor de escuela y diestro acordeonero. Junto a su banda, Hawkins perpetúa una vieja leyenda de la región que habla de un cargamento de acordeones que los lugareños encontraron en un barco alemán encallado en las cercanías de Providencia por allá en el siglo XIX.
Por último, Roots Radical es un conjunto de pescadores, agricultores y artesanos que mantienen vivo el formato de música bailable presente en Providencia desde mediados del siglo XX. Maracas, guitarra, jawbone (quijada de burro), tub-bass (bajo de tinaja) y mandolina han sido los catalizadores de un estilo musical raizal, vibrante y espontáneo que, más allá del exotismo, deja ver una zona colombiana excluida en términos geográficos (para bien de su exuberante y delicado ecosistema) pero coyuntural si de arengas políticas se trata.
Esto último tiene sin cuidado a Juan Sebastián Rojas (antropólogo e investigador), Daniel Restrepo y Juan Felipe Pardo (ingenieros de sonido), unos tipos bien tercos que con el estudio nómada de Reef Records en la espalda (así, a la usanza del viejo Lomax) decidieron salir de viaje para mostrarnos, con lujo de detalles, algunos de los sonidos invisibles colombianos.

Publicado originalmente en Arcadia # 48, Septiembre de 2009

Varios Artistas/ Andes Colombianos

Varios Artistas
Andes Colombianos

MTM
2009


Hace algo más de un año, en estas mismas páginas (ver Número 55), celebraba con entusiasmo la aparición en el mercado de la colección Muevas Músicas Colombianas (NMC) conducida por Humberto Moreno y Camilo de Mendoza. Digo con entusiasmo pues se trataba, tal vez, del único intento hasta la fecha de aglutinar bajo un mismo concepto algunas músicas colombianas que con bastante ingenio, dedicación, independencia y espontaneidad se abstraían, explícitamente, de viejos moldes para involucrarse de lleno con alternativas sonoras que desplazaban ideas como la pureza y el nacionalismo.
Fue así como “Neotrópico” (MTM, 2007), “Salsa D:C” (MTM, 2008) y “Jazz Colombia” (MTM, 2008) nos mostraron un inédito abanico de artistas empeñados con decirnos que el saco definitivamente se rompió y que ya no hay tiempo para pensar las músicas nacionales desde una obtusa perspectiva tradicionalista. Lo que hoy estamos viviendo es el resultado de un largo y complejo proceso de mestizaje que, como bien dice Sofía Helena Sánchez en la introducción del nuevo volumen de la colección, podemos intuirlo desde que los primeros conquistadores pisaron tierras americanas.
Ahora bien, comprendiendo que indios, negros y europeos trazaron un mapa sonoro que hasta hoy empieza a tomar vuelo universal, también se hace necesario entender que dados los intrincados procesos históricos y sociales que ha “sufrido” Colombia, las músicas se han trasladado definitivamente a un entorno urbano que, para bien o para mal, ha enriquecido un entramado rítmico que permanecía acorazado, encerrado en su propio contexto.
Este es el caso de “Andes Colombianos” el cuarto y más arriesgado volumen de la serie. ¿Por qué temerario? Fácil. Desacraliza cánones inamovibles de interpretación, formato y contenido. No obstante desde los setenta las músicas andinas habían encontrado un respiro novedoso gracias al trabajo de nombres (hoy clásicos) como Oriol Rangel, León Cardona, Luis Fernando León, Gustavo Adolfo Rengifo y Jorge Velosa, es a partir de la última década que el asunto dejó de un lado la monotonía del formato de cuerdas y la seriedad académica para involucrarse de lleno con sonidos más frescos como el jazz, el rock y la electrónica. En “Andes Colombianos” hay sorpresas de todo tipo, guiños a otros lenguajes, despistes y, sobretodo, diversidad.
Así las cosas, abre esta compilación el Trío Nueva Colombia, un ensamble que con veinte años en la escena ha madurado un sonido donde el pianista Germán Darío Pérez (uno de los alumnos más aventajados de Oriol Rangel) puede decantar la nostalgia andina a través de un estilo que fácilmente puede llegar a Bill Evans. En esta misma coordenada jazzera (tal vez uno de los aspectos que más controversia causará dentro de los puristas) se encuentra la canción interpretada por la cantante paisa Claudia Gómez. Aunque su voz pueda parecernos demasiado lírica, contrasta perfectamente con el acento de Antonio Arnedo en el saxo soprano logrando darle forma al que es quizás es el tema más “correcto” del disco.
De aquí en adelante las sorpresas no dan respiro. Para la muestra, el sonido del pianista bogotano Ricardo Gallo quien, a medio camino entre Germán Darío Pérez y Andrew Hill, logra mostrarnos como el jazz es uno de los medios predilectos para darle un viaje completamente novedoso al bambuco, ritmo nacional por excelencia que acá se torna un tanto sombrío, abierto a la libre improvisación. Este es el preámbulo para darle paso al protagonista de “Andes Colombianos”.
Desde las vertiginosas laderas del Cañón del Chicamocha, Edson Velandia ha entrado con fuerza en la actividad musical colombiana proponiendo un sonido híbrido e inclasificable. Desde el rock hasta la carranga, Velandia sorprende por su bizarra puesta en escena y sus líricas virulentas que, alejadas del pasquín ligero, nos remiten a la palabrería desbordada de León de Greiff, el universo de Jorge Velosa y la candidez de la canción campesina. De eso da cuenta La Montaña, bambuco que es a su vez una hermosísima canción de cuna que Velandia grabó junto a los niños del Jardín La Ronda en un experimento de música infantil donde supo abordar este difícil género con suma inteligencia, sin llegar a lugares comunes.
De esta voz, que desde Piedecuesta, Santander, a veces nos recuerda a Tom Waits, viajamos a Nueva York donde se encuentra el pianista caleño Pablo Mayor. Junto a su agrupación Folklore Urbano, Mayor propone Santa Teresita, un pasillo de corte académico que, a pesar de construirse bajo una rigurosa armonización jazzera, logra sonar como una de esas buenas bandas municipales.
El periplo continúa haciendo escalas en el jazz como lo es el caso de Bambucol, corte de la desaparecida agrupación bogotana Capicúa. Aquí, además del tremendo solo del guitarrista Juan Pablo Gonzáles, nos encontramos un combo que sabe transmitir el sosiego de las montañas colombianas sin llegar al dramatismo forzado.
Ya en la mitad de la compilación el turno es de nuevo para las voces femeninas. Una ilustre desconocida hace su aparición para demostrarnos que las canciones de amor no son un compendio lacrimoso ni una queja desesperada. La cantante antioqueña Luz Marina Posada, acompañada de su guitarra, nos regala A bordo de tu voz, sencilla guabina que encierra una tierna y esperanzadora declaración de amor.
Preámbulo del que será el momento más aventurado de la placa es Secretos de Cuatro Cuerdas Ensamble, un bambuco “ajoropado” donde llano y montaña se unen. Enseguida, para horror de algunos y para solaz de otros, el muy punkero Héctor Buitrago, baluarte del rock colombiano, se entromete con Fruto Real, lectura electrónica de un bambuco. Junto a su compañera aterciopelada Andrea Echeverry y a la dulce voz de la cantante brasileña Fernanda Takai, Buitrago ejemplifica con herramientas modernas una de las intenciones esenciales de este compilado: las músicas andinas no son patrimonio de los iniciados ni de los herederos inamovibles del Mono Nuñez.
Transitando estos “terrenos peligrosos” nos topamos con Te Necesito de Victoria Sur, corte en el que la cantante (bajo la batuta de Juan Sebastián Monsalve) ofrece un plato rockero que desemboca en el currulao y las sonoridades indias. Amanecer de Puerto Candelaria (agrupación paisa que alguna vez fue regañada en el Mono Núñez) vuelve al jazz con cierto sentido del humor y, de nuevo, Edson Velandia se deja ver inquietante con Dejo, despedida fúnebre de un mal amor cuyo video (recomendación al margen de la ley) muestra los abismales paisajes santandereanos como una fábula alucinada estilo Jodorovsky.
Regresando a Medellín y al sonido más clásico Trío 3 (a la cabeza de Luis Fernando Franco, pianista y productor que ha dejado para la memoria el tremendo catálogo de Guana Records) se despacha un blues “abambucado” o un bambuco “bluseado” (a estas alturas da igual, por fortuna las fronteras se han desvanecido) donde la protagonista es la bandola.
Ya para cerrar, Cabuya (desaparecida banda bumanguesa de donde se desprendieron Velandia y La Tigra y Malalma) lleva el bambuco y la carranga hasta su últimas consecuencias con Perra Vida (que fascinó al mismísimo Jorge Velosa), corte desvergonzado y despechado, dueño de una tristeza que solo puede provenir de los enrarecidos aires del Cañón del Chicamocha.
Apuntaba al inicio de esta reseña que “Andes Colombianos” es una compilación riesgosa si se tiene en cuenta que a las músicas andinas se las ha tratado como un solemne objeto de museo. En aras de expandir los sonidos y de que Colombia deje de ser vista a través de tres o cuatro clones con el mismo sonsonete de siempre, este volumen no es una afrenta ni mucho menos un ataque a la tradición, aquí hay juventud, rigor y aventura, nuevos rumbos que desafortunadamente no tienen cabida en 14 temas. En este sentido, desde ya esperamos una segunda parte donde podamos escuchar a Lucas Saboya, La Cofradía, Ensamble Tríptico, Palos y Cuerdas, Común Tres, entre otros ausentes que por fortuna están allí, esperando ampliar la colección.

Publicado originalmente en Revista Número, Edición 61, Junio- Julio- Agosto de 2009

Varios Artistas/ NeoTropical

Varios artistas
NeoTropical
MTM

2007

Más allá de lo que los medios y los puristas nos han vendido como la autentica “música colombiana” (esa que frecuentemente se viste con un impostado sombrero vueltiao y se disfraza bajo la odiosa sombra del nacionalismo conservador) existe una generación de músicos que desde hace unos diez años, amparados por el silencio y la libertad proporcionada por la independencia, le han apostado a descubrir en las sonoridades locales un sentido bien inteligente de lo que bien podrían ser las “músicas nacionales”, esas que después de un inevitable proceso de mestizaje (producto del encuentro entre lo tradicional y lo contemporáneo) adoptan un sonido particular que, a fin de cuentas, cuando menos lo estemos esperando, terminará siendo universal.
Para fortuna del público curioso, el fenómeno aglutinado bajo el término de “Nuevas Músicas Colombianas” (NMC) es una alternativa frente a la avalancha de fórmulas orquestadas por empresarios y discjockeys donde la música (la colombiana en este caso) pasa a un segundo plano y se convierte en una muy jugosa receta, desprovista de pasión y espontaneidad.
Concientes de la necesidad por darle trascendencia a un fenómeno musical hilado desde mediados de los noventa por músicos que no se han dejado llevar por insignias sospechosas como “Colombia es pasión”, Humberto Moreno y Camilo de Mendoza se dieron a la tarea de planear una serie de compilados donde se hicieran visibles esas otras músicas que conforman el amplio espectro del las NMC.
Mientras esperamos a que lleguen las colecciones de jazz, salsa y música andina, disfrutemos el primer volumen titulado “Neotropical”, un apasionante viaje musical que, como su nombre lo indica, nos muestra las consecuencias que han tenido las músicas colombianas pertenecientes a los circuitos de los dos litorales: el Atlántico y el Pacífico.
Abre la grabación con “Luna llena” de Sidestepper, agrupación que hace ya más de una década sorprendió a músicos y críticos por su inteligente puesta en escena donde algunas sonoridades acústicas de la costa Atlántica se transmitieron a través del computador y los siempre vilipendiados aparatos electrónicos. Hoy en día siguen a la vanguardia y, para efectos de esta compilación, son la mejor carta de presentación pues contrastan perfectamente con la siguiente invitada, la caleña Liliana Montes quien nos propone una hermosísima versión del “Bambazú”, tema de corte tradicional, incluido en “Corazón pacífico”, su grabación debut en 2001 producida por Iván Benavides.
El viaje, que había comenzado en el Atlántico vira hacia el Pacífico y, después de la voz de Montes nos embarca hacia Medellín, centro de operaciones de la Banda La República, proyecto bailable del pianista Juan Diego Valencia en el que la timba cubana se viste de chirimía y currulao con la inclusión de la muy emotiva y explosiva “Como me da la gana”, tema donde el jazz también gana protagonismo.
Como si fuera una audición en la sala de la casa de un melómano (intuyo que ese fue uno de los orígenes de esta colección) la grabación baja momentáneamente el ritmo y nos encontramos con una de las versiones más acertadas que, en la historia reciente de nuestra música, se han hecho de “Los sabores del porro”, ese himno sabanero de Pablo Flórez. Se trata de Mandrágora, proyecto del guitarrista Camilo Giraldo Ángel donde se destacó la voz de Victoria Sur, cantante manizalita que hoy por hoy posee uno de los registros vocales más apetecidos por el público.
De vuelta al Pacífico nos topamos con Tumbacatre, quizás una de las agrupaciones más relevantes de las nuevas generaciones pues su ecléctica propuesta (que va desde el punk y los sonidos balcánicos hasta el funk) nos advierte que no existen límites entre las músicas. Extrañamente, siendo una banda bien polifacética, “No frito ni asao” es un perfecto ejemplo de cómo unos bogotanos son capaces de tocar un currulao a la tradicional con todos los elementos puestos en su sitio. Caso contrario sucede con Alé Kumá. Aquí son las voces legendarias las que se enfrentan a un formato ajeno (contrabajo y piano). Sin embargo el resultado es memorable. En la desgarrada voz de Etelvina Maldonado podemos escuchar “Negro mirar”, un bullerengue escrito por Leonardo Gómez, cerebro de este singular proyecto.
Llegando a la mitad de la audición aparece Bahía, la orquesta dirigida por Hugo Candelario Gonzáles que a mediados de los noventa le dio un nuevo color a los ritmos de la costa Pacífica. Procedente de Guapi y heredero directo del mágico toque de marimba del maestro “Gualajo” Torres, Candelario modernizó y popularizó estas músicas que aún después del auge que tuvo Peregoyo en los sesenta y los setenta, permanecían bien mimetizadas y celosamente cuidadas por los puristas radicales.
Desde Nueva York, el pianista Pablo Mayor ha encontrado un camino en el que se han encontrado varios músicos colombianos que en el exilio han reconocido su música. Es el caso de Folklor Urbano, su proyecto de gran banda y La Cumbiamba Eneye, dos grupos que de manera juiciosa han llevado el sabor colombiano a una dimensión menos exótica en una ciudad que todavía los mira como extraños a pesar de que muchos de ellos viven allí hace más de una década. Los dos temas incluidos en “Neotrpical” son, por un lado “Cumbia sobre el mar”, donde Mayor demuestra que a pesar de la distancia no deforma la emoción y “Chicharrón peludo”, un porro popularizado por Lucho Bermúdez que aquí, a pesar de la distancia, suena como su fuera interpretado en una calle de San Pelayo.
De vuelta a Colombia, el encuentro es con Totó La Momposina y Járanatambó, dos generaciones unidas por una visión abierta de las tradiciones. De corte roquero resulta la versión que Járanatambó realiza de “Dos de febrero”. Enraizada en las marañas de voces olvidadas Totó se despacha una nostálgica versión de “Manita Uribe”. Sin lugar a dudas, la inclusión de Totó La Momposina en la compilación es una suerte de homenaje a quien fuera una de las pioneras en la investigación y recolección de un material que durante mucho tiempo permaneció en los anaqueles.
Cerrando con broche de oro, la selección propuesta por Camilo de Mendoza se interna definitivamente en la ciudad. Allí están Héctor Buitrago, Mojarra Eléctrica y Choc Quib Town. El primero, un baluarte del rock nacional que en la cúspide de su carrera se sacó de la manga “ConEctor”, una impecable placa donde incluyó “Damaquiel”, bello corte en el que confluye el bullerengue, las voces de Ever Suárez y un invitado de lujo: Noel Petro en el requinto.
Por otro lado, Mojarra Eléctrica y Choc Quib Town confirman porque son los abanderados de una generación que no come entero el cuento de que la música colombiana es Juanes y Shakira emitiendo desde Miami con amor. Reaccionan. Musicalmente proponen alternativas que giran entre el jazz y el hip hop hasta frecuencias electrónicas que llevan el legado tradicional hasta las calles de las capitales colombianas. Es el caso del remix de “El hueco” (tema incluido en “Raza”, segunda grabación de Mojarra Eléctrica) y la enardecida versión que Choc Quib Town hace de “San Antonio”.
Aunque en una compilación mucha gente se queda por fuera (quizás ese es el mejor síntoma de que la escena crece cada día más) “Neotropical” es un nítido crisol donde se pone de manifiesto una nueva forma de pensar nuestra música. De adentro hacia fuera y viceversa. Con un pie atrás y con el otro vislumbrando el futuro.

Publicado originalmente en Revista Número, Edición 55, Diciembre de 2007- Enero- Febrero de 2008

Slavic Soul Party/Teknochek Collision


Slavic Soul Party
Teknochek Collision

Barbes Records
2007
Barbes es un pequeño local de Brooklyn donde todos los jueves se reúne una fanfarria de corte balcánico. Su nombre es Slavic Soul Party y no es necesario darle muchas vueltas al nombre para saber que se trata de una parranda colosal. Dirigida por el percusionista Matt Moran, SSP inició tocando en las calles y editaron un par de discos que hoy en día son objetos preciados de los coleccionistas. Debido a la popularidad que el combo alcanzó entre los clientes habituales del lugar, el sello discográfico del bar decidió editar “Teknochek Collision”, una grabación donde la fiereza de las bandas de vientos gitanas se encuentra con las raíces del sonido balcánico y el funk. No son tan famosos como Kusturica pero su sonido resulta apabullante y único. Mexicanos, asiáticos e inmigrantes del este de Europa se dan cita para reivindicar músicas que salieron a flote luego de que finalizara el conflicto bélico en la antigua Yugoslavia.

Publicado originalmente en Rolling Stone # 53, Julio de 2008

Colombiafrica- The Mystic Orchestra/Voodoo Love inna Champeta-Land


Colombiafrica- The Mystic Orchestra
Voodoo Love inna Champeta Land

Riverboat Records/World Music Network
2007

La historia de esta grabación comenzó a gestarse cuando las comunidades afros del caribe colombiano descubrieron el highlife y el soukus, dos de los ritmos más importantes de la música popular africana. En los sesenta, marinos empezaron a dejar grabaciones en Cartagena y por allí cerca, en San Basilio del Palenque (patrimonio cultural de la humanidad que todavía en Colombia es un pueblo fantasma) estos ritmos lograron tal popularidad que al ser imitados bajo códigos locales de cumbia, bullerengue y chalupa generaron la champeta, el primer género contemporáneo de música Afro-colombiana. Han pasado más de cuarenta años y nombres como Viviano Torres, Justo Valdes y Luis Towers todavía son un misterio. Ahora que se habla tanto de “Nueva Música Colombiana” es una fortuna toparnos con esta placa coordinada por Lucas Silva, un inquieto antropólogo que ha destapado para el mundo la inmensa variedad de la champeta, ritmo que por muchos años la alta cultura ha desdeñado como un género menor. Es quizás por esta razón que “Voodoo love inna Champeta Land” (considerado uno de los mejores discos del 2007 en la categoría de World Music) pasó sin pena ni gloria en Colombia y llega con ocho meses de atraso. Sin embargo, la demora no importa pues tener en las manos una reunión inédita de leyendas vivas tanto de la champeta como del soukus, el highlife y el afrobeat -Dally Kimono, Diblo Dibala, Sékou Diabaté, Nyboma y Rigo Star-, es pura gozadera.

Publicado originalmente en Rolling Stone # 53, Julio de 2008

Marc Ribot´s Ceramic Dogs/Party Intellectuals


Ceramic Dog
Party Intellectuals

Pi Recordings
2008

Resulta complicado resumir en unas pocas líneas la trayectoria de Marc Ribot, guitarrista nacido en 1954 en Newmark, New Jersey. Es difícil pues ha pasado desde el punk hasta la composición contemporánea pasando por el revival judío y la revisión de la música de Arsenio Rodríguez de donde surgió Los Cubanos Potizos, uno de sus proyectos más importantes. Luego del mediano reconocimiento que logró con esta banda y de trabajar, entre otros con John Zorn, Robert Plant, Tom Waits y Susana Baca, Ribot regresa con Ceramic Dogs, un grupo llamado a revolucionar los reductos del rock de vanguardia. “Party Intelectuals” es una poderosa descarga donde Ribot filtra todo su poderío punk a través del exceso, el ruido y el pop más recalcitrante. Junto a Ches Smith (batería, electrónica) y Shahzad Ismaily (bajo), dos jóvenes improvisadores de la escena experimental de California y Nueva York, el guitarrista hace gala de un estilo sucio y con mucho humor. Tal es el caso de la versión de “Break on through” donde el corte de los Doors se deforma hasta tal punto que el homenaje se convierte en una nueva composición. En “Todo el mundo es kitsch” y “When we were young and we were freaks”, la banda se burla de si misma, de sus orígenes, de una escena que cada vez tiende mas al snobismo. El disco suena deliberadamente cursi, esa es la intención. Sin embargo hay algo muy retorcido por debajo que se deja ver cuando la banda se presenta en concierto. En pocas palabras, es una aplanadora que no da respiro.

Publicado originalmente en Rolling Stone # 53, Julio de 2008

Varios Artistas/ Jazz Colombia


Varios Artistas
Jazz Colombia
MTM
2008
Hace diez años esta compilación habría sido imposible. Antes de 1998 la discografía del jazz colombiano no superaba los diez volúmenes. A pesar de que el género llegó a Barranquilla con tan solo unos años de diferencia luego de convertirse en la música más popular de los Estados Unidos, en Colombia no tuvo mayor repercusión, salvo la influencia que ejerció en la música bailable de Lucho Bermúdez, Pacho Galán y Pedro Laza, entre otros. Sin embargo, el jazz en estas geografías no evolucionó.
Durante las décadas de los setenta y ochenta, a pesar de que un notable número de músicos lo practicaban en una escena vertiginosa como la bogotana, no se grabaron discos. A falta de memoria discográfica, no se sabe qué pasó. Sólo contamos con relatos y nostalgias que, si bien constituyen una forma de narrar y tratar de armar el rompecabezas del jazz colombiano, se quedan cortos frente a la necesidad de saber cómo sonaba y cómo evolucionaba en consonancia con las músicas populares colombianas.
Luego de “Macumbia”, la célebre grabación que Francisco Zumaqué grabara en 1984, algo diferente comenzó a gestarse. Tendrían que pasar doce años para que definitivamente un estilo empezara a tejerse. De la mano de Humberto Moreno, Antonio Arnedo editaría “Travesía”, el primero de cuatro discos que prefigurarían una forma muy particular de hacer jazz donde el ingrediente creativo era la música tradicional. Por fortuna, este mestizaje no se confundió con patriotismo ni mucho menos con falsas posturas caritativas frente a las músicas tradicionales. Se trataba de ir hasta el fondo para saberse contemporáneos y entender, definitivamente, que existía un puente que unía viejas y nuevas sonoridades.
Lo que fuera una intuición hace una década, hoy ya es una realidad. No hubo necesidad de rebuscar grabaciones para hacer esta compilación. De hecho, todavía hay material suficiente para editar otros dos volúmenes. Esto ya dice mucho. Aunque no se ha llegado a la madurez, sí es significativo que en diez años la producción discográfica y los grupos se hayan triplicado. Atrás quedó la excusa de que “no tener apoyo” era el impedimento para hacer una grabación. Hoy en día los músicos colombianos que hacen jazz se están agremiando y, de forma independiente, han sacado discos que desde el diseño, la propuesta sonora y el concepto, dejan entrever una escena prometedora.
Esta es la primera compilación de jazz colombiano en la historia de nuestra música. Aquí se han dado cita músicos que, en su gran mayoría, no sobrepasan los 35 años, algunos incluso, no han llegado siquiera a los 30. Esto significa que estamos frente a una generación a la que aún le queda mucha música por explorar. Nos encontramos ante doce propuestas que han perdido el miedo y se han atrevido a revisar nuestro historial sonoro a través del lenguaje del jazz, sin temor a ser juzgados. Aquí hay riesgo, ingenio, mucho humor y, sobretodo, vitalidad.
Comienza así a escribirse una página inédita en un género todavía incipiente en Colombia. Las generaciones por venir ya no tienen disculpa pues en sus manos queda un documento que habla de una época inaugural. Aunque los aquí presentes tienen “madera” para rato, son las generaciones venideras las llamadas a mantener, explorar y desarrollar aún más este nuevo legado musical.

Sobre los temas y artistas compilados

1. Artificio (Ricardo Gallo)
RICARDO GALLO CUARTETO

Ricardo Gallo (piano), Juan Manuel Toro (contrabajo), Jorge Sepúlveda (batería) y Juan David Castaño (percusión)

Ya va a ser una década desde que Ricardo Gallo abandonó Colombia para adelantar sus estudios musicales en Estados Unidos. Contrario a lo que suele suceder en el auto-exilio, el pianista ha mantenido vivos los lazos con su país a través de la música. Desde “Los Cerros Testigos”, su primera grabación, Gallo dejó en claro que su estilo era ambiguo, unas veces diáfano, otras muy oscuro. Cuidadoso, no se dejó tentar por las ligerezas que a veces suscita la distancia y se dio a la tarea de tejer un entramado musical a medio camino entre Andrew Hill y Germán Darío Pérez. Es allí, en ese punto equidistante, donde podemos ubicar “Artificio”, un tema construido sobre la base de un pasillo chocoano. Los platillos de latón nos dan la clave y el ataque del redoblante nos confirma que estamos en la frontera entre el Chocó y las montañas andinas. A pesar de que casi todo “suena en su sitio”, hay aquí una retorcida nostalgia que no nos deja tranquilos.

2. Fiesta en Corraleja (Rubén Darío Salcedo - Arr. Antonio Arnedo)
ANTONIO ARNEDO
Antonio Arnedo (saxo tenor), Ramón Benítez (bombardino), Jairo Moreno (contrabajo) y Satoshi Takeishi (batería)

Uno de los siete hijos de Julio César Arnedo (según dicen, el clarinetista más poderoso de las sabanas de Bolívar) es Antonio Arnedo. En las frías alturas bogotanas, lejos, muy lejos de Turbaco, población natal de su progenitor, el saxofonista no olvidó el material con el que estaba hilado su pasado musical y, con la nostalgia necesaria para avivar el recuerdo, supo hacer del jazz el vehículo más apropiado para que las músicas de corte tradicional no quedaran sumidas en los mausoleos impenetrables de los folcloristas conservadores. Su exploración significó la ruptura con los modelos convencionales y, alejado de artificios, pudo darle un nuevo sentido al jazz colombiano que por esa época se limitaba a copiar sin mirar adentro. “Fiesta en Corraleja” es un ejemplo de cómo se podía versionar un tema de corte tradicional sin que este perdiera la espontaneidad. El célebre porro de Rubén Darío Salcedo cobró nueva vida gracias también a la inmensa curiosidad de Satoshi Takeishi y la empatía de dos grandes intérpretes como Ramón Benítez y Jairo Moreno. Antes de “Toño” Arnedo nada en el jazz local había sido contundente. Sin duda alguna, abrió el sendero a una generación que una década después empieza a tomar vuelo.

3. Ayer pasé por tu casa (Letra: Iván Benavides / Tradicional. Música: Iván Benavides. Arr. Fernando Tarrés)
LUCÍA PULIDO + FERNANDO TARRÉS & LA RAZA
Lucía Pulido (voz), Juan Pablo Arredondo (guitarra eléctrica), Jerónimo Carmona (contrabajo) y Carto Brandán (batería)

Desde sus inicios al lado de Iván Benavides -con quien conformó a finales de los ochenta un famoso y recordado dueto llamado “Iván y Lucía”-, la cantante Lucía Pulido ha ejercido una importante influencia en las nacientes generaciones de músicos colombianos dedicados a encontrar un equilibrio entre los lenguajes urbanos y los tradicionales. Aunque vive en Nueva York hace más de una década, Lucía tiene muy claro que todo en cuanto a la reinterpretación de la música popular se refiere, está por hacerse. Ha experimentado con diversas tendencias que van desde la música contemporánea (al lado del chelista Erik Friedlander), el bolero y la “música de despecho”, hasta decantar en arriesgadas puestas en escena donde el jazz permite revisar géneros populares sin caer en la obviedad chauvinista. Junto a La Raza, reunión de algunos de los más aventajados intérpretes de jazz en Argentina, liderados por el guitarrista Fernando Tarrés, la cantante planeó un viaje sonoro llamado “Songbook”, trilogía que viajó desde el Pacífico y los Llanos Orientales colombianos hasta las Pampas gauchas.

4. Lo se, las siete, y sale, sol (Juan Sebastián Monsalve)
JUAN SEBASTIÁN MONSALVE TRÍO
Juan Sebastián Monsalve (bajo eléctrico), Adriana Vázquez (piano) y Pedro Acosta (batería)

Al tiempo que dirigía y arreglaba la música de agrupaciones como María Sabina, 1280 Almas y el revolucionario ensamble Curupira, Juan Sebastián Monsalve se involucró en los terrenos del jazz. El azar hizo que una noche de concierto en el extinto local “Tocata y Fuga”, el bajista conociera a Jason Lindner y Jeff Ballard con quienes grabó el álbum “Bunde nebuloso”, uno de los paradigmas de la breve discografía del jazz en Colombia. ¿Qué lo hizo tan relevante? En el mejor sentido de la palabra, supo confundirnos a tal punto de que antiguas formas de la música clásica del norte de la India se mimetizaron dentro de otras provenientes del litoral colombiano. Siete años después, la búsqueda del bajista permanece intacta entre estos dos mundos distantes en espacio pero cercanos gracias a la música. “Lo se, las siete, y sale, sol” está inspirado en un porro palitiao al que se le cruza una tala india. La estructura formal del tema es un espejo, así como su nombre es un palíndromo que evoca un amanecer en las sabanas cordobesas.

5. La Sierpe (María A. Valencia)
ASDRUBAL
Alejandro Forero (guitarra eléctrica), Daniel Restrepo (bajo eléctrico), Marco Fajardo (clarinete), María A. Valencia (saxo alto), Carlos Tabares (trompeta) y Jorge Sepúlveda (batería)

Luego de que a finales de 2004 Asdrubal presentara “La Revuelta”, su primera producción independiente, un camino inexplorado en el incipiente jazz colombiano, vio la luz. “Se trata tal vez del único colectivo que se ha atrevido a adaptar las rítmicas del Caribe y el Pacífico al muy radical estilo free jazz, facción del género que apeló a una total emancipación armónica y rítmica, con todo y las consecuencias que tal independencia pueden traer”. Con estas palabras, Jaime Andrés Monsalve reseñaba la grabación en la revista Cambio, y quizás ya intuía el universo radical donde se posicionaría la música del que, en ese entonces, era un septeto. Después de dos años, consolidados ya bajo un formato de sexteto (a raíz de la partida del pianista Ricardo Gallo a Nueva York), Asdrúbal regresó a la escena con “Habichuela”, álbum en el que el free, el noise y aun el punk, contrastaron con el sosiego de “La Sierpe”, remembranza musical de una cascada ubicada entre Juanchaco y Ladrilleros. Aquí, a pesar de la deformación, hay un 6/8 constante que nos remite directamente al currulao.

6. Danza
(Manuel Borda y Sergio Gómez)
MANUEL BORDA TRÍO
Manuel Borda (piano), Sergio Gómez (contrabajo) y Juan Camilo Anzola (batería)

En el 2001 entró en escena el pianista Manuel Borda. Bogotano de nacimiento, inició sus estudios en la capital y posteriormente viajó a Barcelona donde se nutrió de diferentes elementos como el rock y la electrónica. Antes de involucrarse con estas disciplinas, grabó “Imágenes”, un debut denso, casi poético, en el que Bogotá aparecía gris, caótica y desenfrenada. Alejado de las coordenadas de la música tradicional, más bien emparentado con el sonido europeo del sello discográfico ECM y el legado de grandes pianistas de avanzada como Cecil Taylor y Paul Bley, este disco fue producido por el pianista inglés Michael Caine y participaron Sergio Gómez en el contrabajo y Juan Camilo Anzola en la batería. Como se trató de una sesión abierta, sin mucha premeditación, un ritmo juguetón los tomó por sorpresa. Aunque lo quisieron evitar a toda costa, una cumbia sombría se les coló en la mitad de “Danza”.

7. Tradición
(Julián Gómez)
CAPICÚA
Rodolfo Martínez (piano), Juan Pablo Gonzáles (guitarra eléctrica), Julián Gómez (contrabajo y flauta caucana), Enrique Flower (saxo tenor) y Oscar Julián Osorio (batería)

Con gran pesar vimos como este año (2008) los miembros de Capicúa se atomizaron por el mundo dejando un gran vacío en la escena del jazz nacional. Mientras esperamos que la vida los vuelva a reunir, como algún día lo hizo en las aulas de la Universidad Nacional de Colombia, seguiremos disfrutando “Esencia”, un registro que fue la secuela de varios años de aprendizaje al lado del maestro Antonio Arnedo. Aunque la influencia del saxofonista fue evidente en la consolidación de su sonido, los miembros de Capicúa emprendieron una búsqueda estilística muy personal que los llevó desde la Amazonía y las sabanas cordobesas hasta las frías montañas caucanas donde aun resuenan las viejas chirimías que inspiraron a Julián Gómez para escribir este tema, un nostálgico homenaje a una tierra azotada por la violencia.

8. Cuando Ovejas no era Sucre
(Juan Pablo Uribe)
SAMURINDÓ
Sebastián Cruz (guitarra eléctrica), Trifon Dimitrov (bajo eléctrico), Juan Pablo Uribe (saxo soprano) y Daniel Correa (batería)

La llamada del propietario de un bar fue el detonante para que en el verano de 2005 tres colombianos residentes en Nueva York fueran convocados para jugársela una noche en medio de un jam session. Tal sería la química que fluyó entre los músicos que la azarosa velada resultó un éxito y un año más tarde se convirtió en “Cuando Ovejas”, grabación donde la lejanía no es un impedimento para que resuenen porros, fandangos y cumbias. Bautizada con el nombre de una población colombiana ubicada en el departamento del Chocó, la agrupación está dirigida por el baterista bogotano Daniel Correa. Junto a él, Sebastián Cruz en la guitarra le imprime un deliberado acento funk que hace juego con el desbocado acento pelayero de Juan Pablo Uribe en el saxo soprano. Aquí están otros colombianos en la Gran Manzana que se abren camino sin dejarse ganar por los falsos exotismos.

9. D.P.D. -Danza de los pollos descabezados-
(Iván Altafulla-Bolaefuego)
BOLAEFUEGO
Carlos Pino (contrabajo), Camilo “Carela” Morales (trompeta), José Miguel Vega “El Profe” (trombón) y Andrés Felipe Salazar (batería)

Este cuarteto es una suerte de allstars de la música local. El trombonista es de La 33, el baterista de Curupira, el trompetista de Voodoo Souljah´s y el contrabajista de La Severa Matacera. Sólo una conjunción de esta naturaleza puede producir un sonido tan punzante y aguerrido. En esta macabra danza, escrita por Iván Altafulla, guitarrista de Curupira y uno de los miembros fundadores de la banda, confluyen texturas sonoras tomadas de las bandas pelayeras, el klezmer y las fanfarrias balcánicas. También, en un guiño que revela invisibles correspondencias entre las músicas tradicionales colombianas y el jazz de vanguardia, se cuela la estridencia de Masada, Don Cherry y Ornette Coleman. Hasta el momento no han editado disco, sin embargo se les puede encontrar tocando tres noches a la semana en un pequeño local del centro de Bogotá.

10. Fiesta Guapireña
(Francisco “Pacho” Dávila)
PACHO DÁVILA
Francisco “Pacho” Dávila (saxo tenor), Julián Gómez (contrabajo), Ernesto “Teto” Ocampo (bajo eléctrico) y Pedro Acosta (batería)

Francisco “Pacho” Dávila nació en Cali en 1977. Desde muy joven se trasladó a Bogotá donde pronto se convirtió en una de las figuras más controvertidas de la escena. Entre 2001 y 2006 ha editado tres discos fundamentales para entender el lento proceso del jazz colombiano. En “Canto mestizo”, su segunda grabación, el saxofonista logró encontrar el puente que unía a John Coltrane y Wayne Shorter con José Antonio Torres “Gualajo”, el célebre e influyente intérprete de marimba de chonta. Misteriosamente en “Fiesta guapireña” Dávila no apeló al instrumento de Gualajo; optó por sugerirlo a través del diálogo que durante más de once minutos sostienen el bajo eléctrico y el contrabajo. Aunque generalmente su sonido es estridente, aquí el saxofonista se escucha contenido sin que esto le reste emoción al extenso tema. Suena como si estuviera sentado en la ribera del río Guapi.

11. Pájaro
(Marco Fajardo y Juan David Castaño)
EL VIAJE
Marco Fajardo (clarinete)

Un buen día la Fundación Terapéutica Despierta, encargó al percusionista Juan David Castaño la elaboración de un paisaje sonoro que invitara a la “meditación”. El resultado fue, por fortuna, no una insípida grabación de nueva era sino una sesión de libre improvisación donde adoptó varios formatos inéditos (marimba de chonta y clarinete, electrónica y gaitas, piano y caja vallenata, y clarinete solo) para deconstruir células rítmicas provenientes de las dos costas colombianas. Uno de los invitados a “El Viaje” fue Marco Fajardo. Miembro activo de Cielomama, Asdrubal, Primero Mi Tía, Tangaré y Tumbacatre, el clarinetista (pájaro de largo y lírico aliento) se “despachó” unas sosegadas líneas de chirimía que soñó una madrugada luego de batirse al lado de legendarios maestros en una de esas noches desenfrenadas del Festival Petronio Álvarez.

12. La Colombina
(Juan Diego Valencia)
PUERTO CANDELARIA
Juan Diego “Juancho” Valencia (piano), Andrés Uribe (guitarra eléctrica), Eduardo González (contrabajo), José Tobón (saxo soprano y clarinete), Vladimir Hurtado (trombón) y Juan Fernando Montoya (batería y percusión)

Hace 8 años el pianista Juan Diego “Juancho” Valencia dio vida a uno de los capítulos más significativos del jazz colombiano. Con gran desparpajo y mordaz sentido del humor, Puerto Candelaria se ha involucrado con músicas de marcado carácter popular que durante mucho tiempo han sido relegadas al último puesto del “buen gusto”, víctimas de un infame ataque frontal de segregacionismo clasista. Es el caso de “La Colombina”, un corte que evoca la música guasca, el chucu- chucu y la rumba criolla, pero que también, en un gesto de lúcida ironía, se acerca a los pasillos y los bambucos. Ganadora en 2005 del primer premio a la Composición Original o Inédita de un festival de nuevas músicas colombianas celebrado en ese año, “La Colombina”, es el nombre de una pintoresca vaca que habita las imaginadas geografías de un lugar llamado Puerto Candelaria.

Introducción y notas publicadas originalmente en el librillo interior del disco Jazz Colombia (MTM, 2008)

Las portadas aquí reproducidas remiten al disco donde se editó originalmente cada uno de los temas de esta compilación.

Juan Camilo Anzola/ En Ningún Lugar


Juan Camilo Anzola
En Ningún Lugar

Independiente

2009
En los viejos buenos tiempos, cuando las puertas del desaparecido bar Crab´s estaban abiertas, Juan Camilo Anzola se hizo célebre con la banda The Joint por los veinte impecables covers de Led Zeppelin que muchas veces dispararon en el tablado. Aún hoy, cuando suponemos que el escenario se está pudriendo, es fácil evocar la furia de Anzola despachándose “Moby Dick”. Mientras la nostalgia nos gana, disfrutemos la otra faceta de este joven baterista bogotano que inició su recorrido discográfico junto al pianista Manuel Borda por allá en el 2002 cuando editaron “Imágenes”, uno de los discos de jazz más relevantes en Colombia. Pasaron seis años en los que Anzola estudió en Barcelona y curtió un estilo que mucho le debe al sonido de Jack DeJohnette y, por supuesto, de John Bonham. “En Ningún Lugar”, su ópera prima, hay lugar para varios formatos como el trío y el cuarteto donde Anzola se deja ver sobrio, equilibrado y virtuoso; no es sino hasta los tres últimos cortes de la grabación donde lo podemos conocer en toda su dimensión. Al lado de Manuel Borda, viejo compañero de aventura, Anzola propone tres pasajes de improvisación colectiva donde el poder del rock prevalece. Es así como el corte que le da título al disco, “Ritual session” y “Sueño profundo” son la parte más intrigante de esta placa pues, sin la angustia de la partitura, viajan con la libertad como su mejor aliado.

Publicado originalmente en Rolling Stone # 58, Diciembre de 2008

Parlantes/ Lenguanegra



Parlantes
Lengua Negra
Independiente
2009

¿A quién carajos se le ocurre hacer un disco así? Esta es la primera pregunta que surge cuando llega a nuestras manos Lenguanegra, una grabación que trasciende lo musical para convertirse en un objeto de colección. Hoy, cuando la música se diluye en la pantalla líquida del computador, es sorprendente que unos tipos tomen una decisión estética tan arriesgada en términos comerciales. De seguro algún personaje muy serio, versado en los vericuetos económicos del universo discográfico, les habrá dicho: “Déjense de pendejadas, se les va a quedar en las cajas”. Probablemente, es la lógica perversa de nuestros días. Lo cierto es que, a pesar de no tener inconvenientes con la piratería, los Parlantes saben muy bien para donde va la cosa, tienen la certeza de que este es un disco para ver, escuchar y leer. Se necesita, entonces, tenerlo en las manos para palparlo y guardarlo en un lugar privilegiado de la discoteca. Seamos sinceros, esto, en términos de belleza y sensación, es muy difícil lograrlo con un archivo del computador.
Nacidos en Medellín, en medio de cantinas, barullos punketos, tangos descorazonados, humos prohibidos y ráfagas inmisericordes, estos siete parlantes se reunieron hace seis años cuando el pianista John Henao invitó a Camilo Suárez (ex vocalista de Bajo Tierra) para ensayar unas canciones sueltas de Planeta Rica, la banda que por esa época comandaba. Después de algunas sesiones, llegaron David Robledo (percusión), Alfonso Posada (ex baterista de Estados Alterados), Jaime Pulgarín (guitarrista que fue reemplazado por Jaime Villa, cerebro de Gordo´s Project), Pedro Villa (bajo) y Freddy Henao (teclados).
Así, sin pensarlo demasiado, curtieron un repertorio que daría vida a Parlantes (2006), debut de corte humorístico donde prefiguraron su predilección por el sucio sonido rocanrolero tan presente en Lenguanegra, placa más oscura y algo enigmática si tenemos en cuenta que las letras y la música nos remiten a lugares donde Willy (mordaz reminiscencia de Fausto, el loro que en la infancia de Fernando Vallejo despertaba a la familia con un locuaz “¡Todos hijueputas!”) parlotea elegías perdidas de conquistadores poetas (“Barranca”), la sonrisa vacía de una bailarina de porcelana (“Bailarina”), el desengaño del estilita Simón (“Simón del desierto”), el desconsolado epitafio de Villon (“Balada de los ahorcados”) y los amores, siempre los amores rotos, que aquí nos conmueven a través de la bellísima “Cuentagotas” y la soberbia versión dub de “Senderito de amor”, un vals original de Ventura Romero, infaltable en las faenas de cantina, sobretodo, si se tiene a la mano en voz de Pedro Infante, Julio Jaramillo o Lizandro Meza.
Allí, donde casi todos vociferan palabras necias, y de los altavoces rugen músicas que disimulan la infamia de la guerra, los Parlantes se despachan “Crónica de Indios” (sardónica puesta en escena de dos mafiosos de gafa negra) y “Huesos”, un tema donde detrás del riff bailable (algo funk y tropical), se esconden los escalofriantes llantos de unos huesos que reclaman justicia desde las fosas comunes: “El que nos ocultó/ Rueda por los campos el mismo rumor/ Vas a soñar con nuestras voces/ Rompecabezas de voces/ Que ruegan, maldicen, claman/ En la memoria, somos tesoro absurdo”.
Puesto en una caja que simula una maleta de viaje, el disco está acompañado por un librillo donde nos encontramos cuatro textos sugerentes de plumas afiladas (Pascual Gaviria, Fernando Mora, Juan Carlos Orrego e Ignacio Piedrahita) y siete cuidadosas imágenes (óleos, ilustraciones, composiciones fotográficas y cómics) dentro de las que se destacan las viñetas de Álvaro Vélez (Truchafrita).
Hermanados en la distancia con el trabajo de Velandia y La Tigra y Meridian Brothers -los tres poseen el ingenio suficiente para hacernos perder la cabeza con bailes, letras y músicas dislocadas-, estos siete loros baten sus lenguas sinvergüenzas y rompen el silencio, justo en el lugar donde la palabra necesita desperezarse.

Publicado originalmente en Arcadia # 47, Agosto de 2009

Varios Artistas/Pacífico Colombiano: Music Adventures in Afro-Colombia


Varios Artistas
Pacífico Colombiano: Music Adventures in Afro-Colombia

Otrabanda Records

2008


Desde el suroriente de Panamá hasta el noroccidente de Ecuador, el Pacífico colombiano es una inmensa extensión de selva donde la música fluye incontenible de la misma manera que lo hacen los más de 240 ríos que atraviesan este prodigio geográfico amenazado por los de siempre Allí, donde antes de la conquista habitaban mas de 600.000 indígenas, llegaron entre el siglo XV y la segunda mitad del XX negros provenientes del Congo, Guinea y Sudán, además de la migración de mestizos del interior andino colombiano golpeados por la Violencia. De esta manera, el Pacífico colombiano es una zona culturalmente híbrida llena de cantos y poesía donde aún persisten los ecos de las danzas cortesanas españolas, los formatos de bandas marciales europeas, los bambucos andinos y las sonoridades provenientes de Cuba, músicas que al pasar de los años fueron asimiladas por el currulao y la chirimía, dos formatos musicales donde se encuentran revueltos una diversidad de géneros y estilos como el bunde, el abozao, la juga, el makerule, el bambazú, el canto de boga, entre otros ritmos relevantes de las zonas costeras del Valle, Cauca, Nariño y el departamento del Chocó.
A pesar del olvido, y de que en los sesenta Peregoyo y su Combo Vacaná ya habían resaltado algo de esta gran tradición musical, no fue sino hasta mediados de los noventa donde todas estas músicas cobraron un valor relevante no sólo en la región y en las grandes ciudades como Cali y Bogotá sino afuera de las fronteras criollas. Gracias a grupos como Bahía, La Contundencia, Saboreo, Naidy, Socavón, el Trío Atrato y, más recientemente, gente como ChocQuibTown (CQT), La Revuelta y Liliana Montes, las sonoridades del litoral Pacífico se hacen visibles en un país obnubilado por tres o cuatro artistas de turno.
No es de extrañar entonces que no sea de Colombia de donde provenga una de las contadas compilaciones que se han hecho en torno a las músicas del Pacífico. Obsesionado por las músicas de raigambre creole (en su mayoría vivas en Curazao) y, en especial, todo aquello que provenga de África, Scott Rollins fundó en 2002 Otrabanda Records, pequeño sello holandés independiente que con “Pacífico Colombiano: Music Adventures in Afro-Colombia” llega al noveno volumen de un catálogo que incluye grabaciones de héroes curazoleños de la canción como el grupo Serenada y Oswin Chin Behilia, además de colecciones que giran en torno al highlife, el soukus, el funk, la rumba congolesa y el afrobeat. Dentro de su curiosidad Rollins no ha sido ajeno al sonido del Pacífico colombiano. En 2004 editó con lujo de detalles “El Rey del Currulao” de Peregoyo y hoy llega con esta nueva compilación donde incluye catorce cortes que, de alguna manera, nos dibujan un panorama ecléctico de lo que ha sucedido en más de diez años de producciones discográficas provenientes, en su mayoría, de Quibdó, Buenaventura, Bogotá y Cali. Desde la desenfrenada fanfarria de clarinetes presente en Markitos y la Sabrosa de Buenaventura hasta la chirimía de Francisco Peña (trompetista bonaverense exiliado en Holanda, responsable en gran medida de esta compilación) este disco no da tregua y puede pasar del sonido moderno (cargado de electrónica, hip hop y groove funkero) de CQT, La Revuelta y Liliana Montes, hasta el sonido de la marimba de chonta que emana misteriosamente de bandas como Socavón y Bahía. Salvo la aparente ausencia de José Antonio Torres “Gualajo” (que es conjurada por su aparición en el tema “Adiós Guapi” del grupo Naidy) nadie hace falta aquí, ni siquiera clásicos como “La Iguana” de Peregoyo y su Combo Vacaná. Sonido impecable, juiciosas notas de Lucas Silva y la inclusión de “El Piloto”, tema inédito de Alfonso Córdoba “El Brujo” hacen que esta colección sea infaltable en las discotecas. Desde ya esperamos que algún sello tome el riesgo y lo distribuya acá en Colombia, lugar donde olvido es el aire que respiramos.

Publicado originalmente en Arcadia # 44, Mayo de 2009

Varios Artistas/Nueva Colombia: A New Generation of Colombian Music


Nueva Colombia: A New Generation of Colombian Music
Varios Artistas
Chonta Records

2005

Concientes de la necesidad de darle trascendencia a un fenómeno musical hilado desde mediados de los noventa por visionarios como Juan Sebastián Monsalve, Hugo Candelario, Antonio Arnedo, Iván Benavides y Ernesto “Teto” Ocampo, entre otros, los músicos pertenecientes a la escuadra de la “Nueva Música Colombiana” se olvidaron de las grandes disqueras y optaron por hacer sus discos, hecho crucial si se tiene en cuenta de que han desvirtuado, con argumentos musicales y estéticos, la idea de que si no hay un respaldo comercial y publicitario masivo, el producto no vale nada.
Aunque geográficamente pueda parecer incoherente, el sello independiente Chonta Records es una de las coaliciones musicales abanderadas del movimiento. Liderado por el pianista Pablo Mayor y Robert Kelley Ayala, Chonta ha lanzado ya ocho grabaciones, la última de ellas una compilación de sus artistas más una juiciosa selección de algunas de las agrupaciones locales más relevantes en los últimos tres años dentro del contexto de la “Nueva Música Colombiana”.
Titulada “Nueva Colombia: a new generation of colombian music”, esta colección nos comunica una idea bastante nítida del fenómeno pues las propuestas que allí se encuentran gravitan dentro de una ecléctica mixtura de géneros donde el rock, el jazz, el funk y el hip hop tienen la capacidad de fundirse a ritmo de bullerengue, fandango, porro, champeta, bambuco, cumbia y currulao.
El viaje sónico inicia con la desgarradora voz de Etelvina Maldonado quien interpreta “Por qué me pega”, uno de los bullerengues más hermosos que se incluyeron en el álbum debut del proyecto Ale Kumá dirigido por el destacado contrabajista Leonardo Gómez. Le sigue Folklore Urbano, el ensamble liderado por Pablo Mayor, con la muy bailable “Dobladillo a la lengua” y más adelante encontramos “Ningún detalle”, champeta que Curupira asimila bajo una fuerte influencia de la esquizofrenia bogotana. La cuota bumanguesa esta representada por Cabuya quienes nos ofrecen “El billetico”, un tema donde se hace evidente el afán por comunicar, bajo un finísimo sentido del humor popular, la situación de los niños de la calle. Similares en cuanto a los contenidos líricos nos topamos en primera instancia con “El hueco”, tema extraído de Raza, la más reciente grabación de Mojarra Eléctrica, sin lugar a dudas uno de los paradigmas musicales de esta generación al igual que Chocquibtown, trío de hip hop que con “Somos Pacífico”, además de relatar su idiosincrasia costera, le ha dado un vuelco radical a la manera de hacer rap en Colombia. Mucho más introvertidos resultan “Canción mandala” de Coba (proyecto personal del genial guitarrista Sebastián Cruz en el que aparece la desconocida voz de Yarimir Cabán) y “Pececito de agua” de Marta Gómez, dos puestas en escena de voces femeninas que no intentan cantar a la manera de las legendarias cantaoras sino que hallan su timbre en las calles de la ciudad. La porción más tradicional del compilado, aparte de Etelvina Maldonado, es “Encarnación” (homenaje al desaparecido maestro de la percusión), una auténtica gaita consumada por La Cumbiamba Eneye. El periplo continúa en Medellín de donde procede Puerto Candelaria quienes nos ofrecen “Porro lateral”, ingeniosa muestra de lo que sucede cuando el “chucuchucu” se encuentra con el jazz. Inmersos también dentro de este género podemos apreciar “Fanny”, endiablado fandango en clave funky de Samurindó; la nostalgia andina de “Bambuco de la orilla”, tema original del pianista Ricardo Gallo y “Festina lente”, un enigmático porro interpretado por Asdrúbal, sexteto que junto a Gallo transitan un terreno bien arriesgado pues se sumergen en las difíciles atmósferas del free.
Como sucede con casi todos los compilados, de seguro no se harán esperar los detractores. Quizás muchos dirán que el criterio de selección descabezó algunos personajes imprescindibles. Es cierto, se siente la ausencia de Guafa Trío, Capicúa, Bahía, Pacho Dávila, Primero Mi Tía, Manuel Borda, Tumbacatre, Palos y Cuerdas y un largo etcétera. Sin embargo, alegrémonos y celebremos. El hecho de que el espacio de un disco no sea suficiente para albergar todo lo que está sucediendo es el síntoma de que el asunto no es ninguna intuición. Va para largo y con buena música por delante.

Publicado originalmente en Arcadia #18, Marzo de 2007

Edson Velandia & Jardín Infantil La Ronda/ Sócrates


Edson Velandia & Jardín Infantil La Ronda
Sócrates
Independiente
2007

Edson Velandia, el hijo insurrecto de Piedecuesta, Santander, es quizás uno de los personajes más inquietantes de una generación de músicos cocinados a fuego puro en las agrestes montañas del Cañón del Chicamocha. Junto a la exuberante genialidad de Cabuya, Velandia se despachó líneas de marcado acento montañero como éstas que hoy, después de un poco más de cuatro años, se recuerdan con profunda nostalgia: “Canto de mujer en amoríos/ es su voz aderezada. /Loma puro despejada/ es su risa envilecia y su pecho envenenao. /Y envenena está mi gana de quedármele en el rancho y salir amanecio”. Retirado oficialmente de Cabuya, Edson editó en 2007 “Once rasqas”, un registro inclasificable que dejó perplejo al público por su excentricidad sonora y sus enrevesadas líricas que nos recordaron inevitablemente a León de Greiff: “Se me quiebra la zanca, /Tapáseme la tráquea. /Se me amaña la nigua, /La chingua se me rancia. /Se me espina, /Se me raja la lengua. /Se me adiabla el elkin, /El perro se me manda.”. Aunque reconoce que algo del hiperbólico antioqueño se deja ver en su trabajo lírico, Velandia asegura que letras y músicas tienen un origen coloquial pero no por eso menos elevado. Su padre, el humorista Germán Velandia, es un célebre juglar surrealista que le enseñó todos los secretos de la jerga popular y de la carranga, género de donde deviene su particular estilo sonoro. Curtido en los malabares de la palabra, no es arriesgado afirmar que el santandereano pertenece al privilegiado bando de los bardos y eso lo confirma “Sócrates”, su más reciente placa donde se muestra, al mismo tiempo, temerario, inocente y desbordado. La razón es bien sencilla. Reunió un buen puñado de niños bumangueses del Jardín Infantil la Ronda y los puso a cantar (en lo que imaginamos fue una delirante fiesta) diez canciones no aptas para espíritus racionales y aburridos.

En un género difícil como lo es la música infantil, el músico santandereano es ágil y no se viene con ligerezas ni mucho menos con esas empalagosas treguas con las que habitualmente se timan a los niños. Aquí hay un reto de forma y contenido prefigurado desde “La historia de la R”, fábula amorosa donde nos enteramos (grandes y chicos) que la R vino al hombre cuando éste se la pidió prestada a un ratón para así poder enamorar a su hembra De allí en adelante los juegos de palabras no dan concesiones. “Sócrates”, el corte que nombra la grabación, es un trabalenguas donde los niños retan a los más grandes a repetir una serie de disparatados cuartetos construidos a base de esdrújulas: “Sónorico, fantástico, /Échele rábano orgánico, /Préndale máquina elástica, /sírvalo en cántaro mágico y… repítalo”. Prosigue el alucinado viaje con “Fábula” y “Ni más ni menos”, un par de lúdicos equívocos que incentivan el arte de la palabrería: “Si ensancho jeta y cabeza enrosco/ Digo yo rico y suéname rancio/ Digo yo sol y suéname sal”. Inmersas en este onírico paraíso se encuentran “La montaña”, “El Colibrí” y “Moisés”, tres hermosas canciones de cuna que tras su profunda sencillez esconden los secretos más íntimos de ese lugar ya perdido: “La leña que llama al fuego, /Canción que espanta la tempestad. /Las aves que anuncian la noche, /Viento que viene frío, /La piedra donde se sienta Dios, /La calma del caracol”. Apelando a ritmos que van desde la guabina y la champeta, Velandia también involucra el rock con movidas piezas como “Pilas” (descabellado himno optimista) y “Las Tablas”, el momento estelar de esta grabación pues, resuelto a no tomarse muy en serio la educación convencional de rejo y memoria, Edson se inventa una vertiginosa carrilera-punk necesaria para que los niños armen la algarabía y declamen su descabellada aritmética: “La fila de las hormigas,/ Termina donde comienza (…) 7x8 gordo/ 4x2 perfecto/ 5x10 moderno/ 1x1 correcto/ 9x3 cojo/ 4x1000 huraño/ 7x2 redondo/ 100x100 extraño”. Si usted tiene hijos entre los seis y los diez años y desea que no coman entero desde el principio, “Sócrates” será el extraño brebaje que los pondrá a sospechar de todo eso que a diario ven en la televisión, escuchan en la radio y aprenden en el colegio. Incluso los invitará a desafiar socarronamente a la mismísima calavera, espanto milenario conjurado en los versos de una canción: “Cuando venga por estos lares, / Yo le voy a arrancar las muelas. / Pa´que sepa con quien se mete/ La calavera, la calavera”.

Publicado originalmente en Arcadia # 30, Marzo de 2008

John Zorn/ Six Litanies for Heliogabalus


John Zorn

Six Litanies for Heliogabalus
Tzadik
2008

¿Quién es realmente John Zorn? Para algunos es el gran genio de nuestros tiempos. Para otros, por el contrario, más que un artista es un irresponsable y soberbio reciclador que ha sabido aprovechar los nuevos mercados de la independencia para elaborar un discurso musical desbordado. En ese caso, ¿los segundos no le están dando la razón a los primeros? Desde su apellido, ira en alemán, John Zorn es un músico polémico elevado al estatus de mito marginal de una generación que hace rato rompió con la pureza de los géneros. Este es quizás uno de los aportes más relevantes de su carrera pues Zorn no ha renegado de ningún estilo. Desde el free, el pop, la música académica, las bandas sonoras, entre muchas otras piezas del rompecabezas infinito que pueblan su cabeza, el saxofonista ha sabido sintetizar un mundo que aturde con sus sonidos. Es el caso de una de sus más recientes obras, inmersa en una producción tan prolífica que ya sobrepasa a Zappa, uno de sus maestros de cabecera. “Six Litanies for Heliogabalus” es un infernal disco inspirado en los excesos carnales de Heliogábalo, célebre emperador romano que en sus retorcidos festines tenía como práctica (a medio camino entre la brutalidad y la poesía) ahogar a sus comensales en un mar de pétalos de rosa. La placa, que hace gala del mentado sibarita, es la tercera parte de una tetralogía iniciada en 2006 con la pieza “Moonchild” a la que le siguió “Astronome” (2006) y recientemente, cerrando el ciclo (¿?), “The Crucible” (2008). Inspiradas en textos de magia negra, misticismo, demonología y chamanismo provenientes de Aleister Crowley y Antonin Artaud, además de la música de Edgar Varése, estas cuatro piezas son, también, el resultado de los años en los que Zorn (junto Painkiller y Naked City) se involucró radicalmente con las sonoridades del metal. En “Six Litanies for Heliogabalus” encontramos seis perturbadoras plegarias musicales que cargan consigo un siniestro sentido del humor representado en la alucinante y trastornada voz de Mike Patton quien junto a Trevor Dunn (bajo), Joey Baron (batería), Ikue Mori (electrónica), Jaime Saft (teclado), Martha Cluver, Abby Fischer, Kirsten Sollek (voces) y John Zorn (saxo alto) logran una pesadilla que dura alrededor de 40 minutos. Metal progresivo, tonadas medievales, grind core y jazz se dan cita en una experiencia sonora desquiciada. Atención, su vida puede cambiar después de escuchar a Patton llorando, vomitando, escupiendo y riéndose como un pequeño demonio. Un disco apto para oyentes extremos que gustan cruzar la barrera de lo desconocido.