Damián Ponce/ Disímiles



Damián Ponce

Disímiles
La Distritofónica

2009


Hace un par de semanas nos preguntábamos con una amiga sobre los portafolios de música local que habitualmente se les presentan a las áreas culturales de las embajadas en otros países. En un momento privilegiado de nuestra historia, cuando el abanico musical es quizás el más grande que Colombia ha podido ofrecer en muchas décadas, reflexionábamos sobre las directrices que se han tenido en cuenta para diseñar dichas carpetas y llegábamos a la conclusión (muy obvia, por supuesto) de que prevalecía una intención harto nacionalista, excesivamente comercial, complaciente y prejuiciosa con otros géneros que no apelan al cliché rumbero.
¿Y el resto? ¿Dónde ha quedado el jazz, la electroacústica, la música de cámara, incluso el rock en sus vertientes más radicales como el metal y el punk?
Siendo justos, esta no es una problemática que deban tragarse entera los curadores. Empieza desde la difusión. Salvados los esfuerzos de Radiónica, en el caso del rock, y de UN Radio y Javeriana Estéreo, por el lado de la electroacústica y el jazz, son pocos los lugares idóneos para que estas manifestaciones sean divulgadas. En el caso de la música de cámara, que existe en Colombia desde los tiempos de Pedro Morales Pino, el panorama es más bien desolador pues, además de ser pocos los espacios radiales, no existe un mercado discográfico, y los pocos registros prensados quedan relegados en los anaqueles de las facultades de música.
Es por eso que “Disímiles” del compositor Damián Ponce (Bogotá, 1980) no puede pasar desapercibida. Joven, muy joven (sin que esto le reste madurez a su obra), Ponce presenta un disco monográfico que se sale del circuito de publicaciones de las universidades y la pone al alcance de un público masivo. Desde su escueta presentación hasta las notas interiores, “Disímiles” marca un precedente pues se aleja de las formalidades académicas y, por ejemplo, no incluye pedantes notas eruditas que espantan a cualquier comprador desprevenido; eso quiere decir que, en un gesto incluyente, deja disfrutar al oyente sin que este tenga encima un informe taxonómico de lo que está escuchando. Desde aquí todo empieza bien.
Escritas en un periodo de seis años, las ocho piezas incluidas en la grabación presentan una amplia gama de formatos de cámara que van desde el dúo de flauta y marimba, un trío de piano violín y violoncello, un cuarteto clásico hasta llegar a una rara pieza para batería, bajo eléctrico, guitarra, saxo alto y clarinete.
Abre el disco “Relevos”, interpretada por el trío Tisquesusa. Basada en un juego de infancia, esta pieza nos remite a una atmósfera bien dramática, como sucederá más adelante con el “Cuarteto de cuerdas I”. Mientras el violín y el violoncello “juegan un rato” el piano mantiene el fuego con largos pasajes intensos que incluyen golpes en el cordaje.
Las dos composiciones para flauta y marimba (“Flauta y golpe”, “Surumbática”) fueron escritas en Cuba mientras Damián terminaba sus estudios en el Instituto Superior de Artes de La Habana. De allí el ambiente algo bucólico, sosegado y feliz al que, con cierta ingenuidad, nos remite esta obra interpretada por dos antiguos miembros del desaparecido ensamble de música contemporánea DeciBelio.
Luego de la calma viene la sacudida ¡Y a qué nivel! Por un lado, el “Cuarteto de cuerdas I” muestra a Ponce muy riguroso y clásico (en cuanto al formato se refiere), pero dueño de su tiempo en términos de composición. Hay en este cuarteto una sensación nerviosa de suspenso y tensión (resuelta con lujo de detalles por el Cuarteto Manolov), que en ocasiones -no sin cierta ironía- nos lleva de momentos a los andes y las costas colombianas. Sin embargo, es con la pieza final donde el compositor arriesga el todo por el todo y, con gran sentido del humor, se va por los lados del porro, el jazz, el punk y el metal. “La quinceañera”, escrita para la agrupación bogotana Asdrúbal, es un plato voraz que suena como un híbrido desquiciado entre Steve Coleman y Lucho Bermúdez.
Al igual que Damián Ponce hay más de treinta compositores colombianos esperando ser incluidos en portafolios y eventos de gran envergadura como el Festival Internacional de Música de Cartagena donde muy pocas veces son tenidas en cuenta estas tendencias locales de avanzada.
Como si el tiempo estuviera detenido, sin que él tenga la culpa, aún seguimos embalsamados en Mozart.

Publicado originalmente en Arcadia # 51, Diciembre de 2009

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