Varios Artistas/ Andes Colombianos

Varios Artistas
Andes Colombianos

MTM
2009


Hace algo más de un año, en estas mismas páginas (ver Número 55), celebraba con entusiasmo la aparición en el mercado de la colección Muevas Músicas Colombianas (NMC) conducida por Humberto Moreno y Camilo de Mendoza. Digo con entusiasmo pues se trataba, tal vez, del único intento hasta la fecha de aglutinar bajo un mismo concepto algunas músicas colombianas que con bastante ingenio, dedicación, independencia y espontaneidad se abstraían, explícitamente, de viejos moldes para involucrarse de lleno con alternativas sonoras que desplazaban ideas como la pureza y el nacionalismo.
Fue así como “Neotrópico” (MTM, 2007), “Salsa D:C” (MTM, 2008) y “Jazz Colombia” (MTM, 2008) nos mostraron un inédito abanico de artistas empeñados con decirnos que el saco definitivamente se rompió y que ya no hay tiempo para pensar las músicas nacionales desde una obtusa perspectiva tradicionalista. Lo que hoy estamos viviendo es el resultado de un largo y complejo proceso de mestizaje que, como bien dice Sofía Helena Sánchez en la introducción del nuevo volumen de la colección, podemos intuirlo desde que los primeros conquistadores pisaron tierras americanas.
Ahora bien, comprendiendo que indios, negros y europeos trazaron un mapa sonoro que hasta hoy empieza a tomar vuelo universal, también se hace necesario entender que dados los intrincados procesos históricos y sociales que ha “sufrido” Colombia, las músicas se han trasladado definitivamente a un entorno urbano que, para bien o para mal, ha enriquecido un entramado rítmico que permanecía acorazado, encerrado en su propio contexto.
Este es el caso de “Andes Colombianos” el cuarto y más arriesgado volumen de la serie. ¿Por qué temerario? Fácil. Desacraliza cánones inamovibles de interpretación, formato y contenido. No obstante desde los setenta las músicas andinas habían encontrado un respiro novedoso gracias al trabajo de nombres (hoy clásicos) como Oriol Rangel, León Cardona, Luis Fernando León, Gustavo Adolfo Rengifo y Jorge Velosa, es a partir de la última década que el asunto dejó de un lado la monotonía del formato de cuerdas y la seriedad académica para involucrarse de lleno con sonidos más frescos como el jazz, el rock y la electrónica. En “Andes Colombianos” hay sorpresas de todo tipo, guiños a otros lenguajes, despistes y, sobretodo, diversidad.
Así las cosas, abre esta compilación el Trío Nueva Colombia, un ensamble que con veinte años en la escena ha madurado un sonido donde el pianista Germán Darío Pérez (uno de los alumnos más aventajados de Oriol Rangel) puede decantar la nostalgia andina a través de un estilo que fácilmente puede llegar a Bill Evans. En esta misma coordenada jazzera (tal vez uno de los aspectos que más controversia causará dentro de los puristas) se encuentra la canción interpretada por la cantante paisa Claudia Gómez. Aunque su voz pueda parecernos demasiado lírica, contrasta perfectamente con el acento de Antonio Arnedo en el saxo soprano logrando darle forma al que es quizás es el tema más “correcto” del disco.
De aquí en adelante las sorpresas no dan respiro. Para la muestra, el sonido del pianista bogotano Ricardo Gallo quien, a medio camino entre Germán Darío Pérez y Andrew Hill, logra mostrarnos como el jazz es uno de los medios predilectos para darle un viaje completamente novedoso al bambuco, ritmo nacional por excelencia que acá se torna un tanto sombrío, abierto a la libre improvisación. Este es el preámbulo para darle paso al protagonista de “Andes Colombianos”.
Desde las vertiginosas laderas del Cañón del Chicamocha, Edson Velandia ha entrado con fuerza en la actividad musical colombiana proponiendo un sonido híbrido e inclasificable. Desde el rock hasta la carranga, Velandia sorprende por su bizarra puesta en escena y sus líricas virulentas que, alejadas del pasquín ligero, nos remiten a la palabrería desbordada de León de Greiff, el universo de Jorge Velosa y la candidez de la canción campesina. De eso da cuenta La Montaña, bambuco que es a su vez una hermosísima canción de cuna que Velandia grabó junto a los niños del Jardín La Ronda en un experimento de música infantil donde supo abordar este difícil género con suma inteligencia, sin llegar a lugares comunes.
De esta voz, que desde Piedecuesta, Santander, a veces nos recuerda a Tom Waits, viajamos a Nueva York donde se encuentra el pianista caleño Pablo Mayor. Junto a su agrupación Folklore Urbano, Mayor propone Santa Teresita, un pasillo de corte académico que, a pesar de construirse bajo una rigurosa armonización jazzera, logra sonar como una de esas buenas bandas municipales.
El periplo continúa haciendo escalas en el jazz como lo es el caso de Bambucol, corte de la desaparecida agrupación bogotana Capicúa. Aquí, además del tremendo solo del guitarrista Juan Pablo Gonzáles, nos encontramos un combo que sabe transmitir el sosiego de las montañas colombianas sin llegar al dramatismo forzado.
Ya en la mitad de la compilación el turno es de nuevo para las voces femeninas. Una ilustre desconocida hace su aparición para demostrarnos que las canciones de amor no son un compendio lacrimoso ni una queja desesperada. La cantante antioqueña Luz Marina Posada, acompañada de su guitarra, nos regala A bordo de tu voz, sencilla guabina que encierra una tierna y esperanzadora declaración de amor.
Preámbulo del que será el momento más aventurado de la placa es Secretos de Cuatro Cuerdas Ensamble, un bambuco “ajoropado” donde llano y montaña se unen. Enseguida, para horror de algunos y para solaz de otros, el muy punkero Héctor Buitrago, baluarte del rock colombiano, se entromete con Fruto Real, lectura electrónica de un bambuco. Junto a su compañera aterciopelada Andrea Echeverry y a la dulce voz de la cantante brasileña Fernanda Takai, Buitrago ejemplifica con herramientas modernas una de las intenciones esenciales de este compilado: las músicas andinas no son patrimonio de los iniciados ni de los herederos inamovibles del Mono Nuñez.
Transitando estos “terrenos peligrosos” nos topamos con Te Necesito de Victoria Sur, corte en el que la cantante (bajo la batuta de Juan Sebastián Monsalve) ofrece un plato rockero que desemboca en el currulao y las sonoridades indias. Amanecer de Puerto Candelaria (agrupación paisa que alguna vez fue regañada en el Mono Núñez) vuelve al jazz con cierto sentido del humor y, de nuevo, Edson Velandia se deja ver inquietante con Dejo, despedida fúnebre de un mal amor cuyo video (recomendación al margen de la ley) muestra los abismales paisajes santandereanos como una fábula alucinada estilo Jodorovsky.
Regresando a Medellín y al sonido más clásico Trío 3 (a la cabeza de Luis Fernando Franco, pianista y productor que ha dejado para la memoria el tremendo catálogo de Guana Records) se despacha un blues “abambucado” o un bambuco “bluseado” (a estas alturas da igual, por fortuna las fronteras se han desvanecido) donde la protagonista es la bandola.
Ya para cerrar, Cabuya (desaparecida banda bumanguesa de donde se desprendieron Velandia y La Tigra y Malalma) lleva el bambuco y la carranga hasta su últimas consecuencias con Perra Vida (que fascinó al mismísimo Jorge Velosa), corte desvergonzado y despechado, dueño de una tristeza que solo puede provenir de los enrarecidos aires del Cañón del Chicamocha.
Apuntaba al inicio de esta reseña que “Andes Colombianos” es una compilación riesgosa si se tiene en cuenta que a las músicas andinas se las ha tratado como un solemne objeto de museo. En aras de expandir los sonidos y de que Colombia deje de ser vista a través de tres o cuatro clones con el mismo sonsonete de siempre, este volumen no es una afrenta ni mucho menos un ataque a la tradición, aquí hay juventud, rigor y aventura, nuevos rumbos que desafortunadamente no tienen cabida en 14 temas. En este sentido, desde ya esperamos una segunda parte donde podamos escuchar a Lucas Saboya, La Cofradía, Ensamble Tríptico, Palos y Cuerdas, Común Tres, entre otros ausentes que por fortuna están allí, esperando ampliar la colección.

Publicado originalmente en Revista Número, Edición 61, Junio- Julio- Agosto de 2009

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