Hora Local/ Soluciones para todo menos para los problemas


Hora Local
Soluciones para todo menos para los problemas

MTM

2007


¡Qué carajos! Echemos flores, suficientes flores y no tengamos miedo de ser complacientes con los halagos que suscita Soluciones para todo menos para los problemas, el doble compacto que contiene el sencillo El rock no te necesita (1989), los once cortes originales del álbum Orden público (1991), dos temas inéditos y 19 nuevas versiones de la hoy extinta (circunstancialmente renovada) agrupación bogotana Hora Local. Celebremos pues la falta de seriedad que a principios de los noventa tuvieron Luis Uriza, Ricardo Jaramillo, Fernando Muñoz, Andrés Rojas, Gonzalo de Sagarmínaga, Eduardo Arias, Pedro Roda, Nicolás Uribe, Carlos Mojica y Karl Troller (esta es la lista completa de la pléyade que circuló en las filas de la banda) para dar origen a un proyecto que si bien duró poco, si sentó las bases del “rock alternativo” en una ciudad que por esos años se encontraba alucinada por la efímera explosión de esa falacia que llamaron “Rock en tu idioma” y el brillo opaco del Concierto de conciertos Bogotá en Armonía, esa cortina de humo musical que se inventaron unos para tapar la siempre absurda realidad nacional. Elogiemos, también, el apoyo de MTM (en cabeza de Humberto Moreno), discreta casa disquera que no mezquinó presupuesto para lanzar esta edición de lujo maquinada quijotescamente por Adelaida Callejas, esposa de Arias. Consecuencia de tantas manos juntas es esta grabación que en su época manifestó un espíritu cáustico, decididamente político, mordaz, visceral y sin pelos en la lengua para decir las cosas de frente, sin la cobardía y la ligereza que hoy aqueja a tantas de las agrupaciones preferidas por un público que tampoco se atreve a mucho. A través de un humor fino, una elaborada poesía de corte urbano y un sonido cercano al new wave y la “movida madrileña de los ochenta” en la primera parte de Soluciones para todo menos para los problemas nos topamos con agudas visiones apocalípticas de un mundo al borde del caos ambiental (“La chica de Chernobyl”, “Londres”), sarcásticas diatribas ante las instituciones y los clichés de la sociedad capitalina (“Patio bonito”, “Ella soñaba”, “El mundo que los hippies construyeron”, “Los tacones de Hollywood”, “El rock no te necesita”), y qué decir del diagnóstico esquizofrénico de un país conmocionado por la violencia representado en “Matanza en el bar”, la muy paranoica “Implicados” y la descarnada “Orden público alterado”. Todo un repertorio que a pesar de haber sido interpretado hace 16 años, en la actualidad suena tan vigente que quizás por eso Tributo, la segunda parte del disco, es un acierto por donde se le mire pues, además de rendir homenaje a Hora Local, el trabajo realizado por los invitados es un inquietante y ecléctico muestrario de la escena roquera local, la movida subterránea, la electrónica y algunos proyectos que apenas comienzan. Aquí están Nawal, Atercipelados, Odio a Botero, Pornomotora, Morfonia, Yuri Gagarin, Telebolitos, Schebereeo y Carlos Vives quienes se despachan certeros cortes que van desde el dub, el rock espontáneo y el punk electrónico hasta la increíble versión de “Londres” en la que Vives demuestra que el tropipop ya no lo necesita. Por otro lado, acústicas y caseras se dejan ver las versiones ofrecidas por Patasola, No Esperen Nada de Nosotros y Las Malas Amistades que contrastan con la experimentación electrónica (en línea vanguardista) de Herr Barón y las Alumnas del Glamour, Fénix Project, De Lux Club, Mapa Teatro, Sismo, Trogloditas y la Orquesta Sinfónica de Chapinero en donde Eduardo Arias y Troller (recordando sus viejos tiempos de “Chapinero Gaitanista y “Transite bajo su propio”) arman un rompecabezas con temas de Hora Local y le adaptan un texto desnudo e implacable que revela esa guasa llamada “proceso de legalización del paramilitarismo en Colombia”. Enhorabuena por este disco. En un país sin memoria donde a la vuelta de veinte años no tendremos muy claro quiénes fueron los culpables, no está demás regalar este documento, que es a su vez una fotografía nítida de una década en la que nos han vendido soluciones para todo menos para el olvido. ¡Violentos, el rock no los necesita!

Publicado originalmente en Rolling Stone #44, Septiembre de 2007

The Speakers/The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón


The Speakers

The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón

Salga el sol

2007


Terquedad, esa es la palabra que mejor puede definir a Mario Galeano y a la legendaria agrupación bogotana Los Speakers. Por un lado, en una época en que las nuevas tecnologías nos permiten obtener en un parpadeo cualquier extravagante documento musical con solo teclear un nombre en el ordenador y esperar pacientemente a que “baje”, Galeano, bajista, compositor, profesor y ahora productor de cintas perdidas, se dio a la tarea de invertir parte de su patrimonio personal para sacar a la luz la primera reedición autorizada de “The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón”, una grabación que durante 39 años permaneció en la memoria de coleccionistas como un raro objeto de culto, más apreciado en Europa y en Norteamérica que en Colombia y que hoy, gracias al empeño del bajista llega no solo a las manos de melómanos nostálgicos sino también a una generación de jóvenes roqueros colombianos que por falta de información o curiosidad (en el peor de los casos) no se alcanzan a imaginar que casi cuatro décadas atrás si hubo rock, verdadero rock and roll, en estas tierras donde la peste del olvido ha condenado, con injusto mutismo, verdaderas joyas del patrimonio sonoro nacional como lo es el caso de esta obra monumental que si bien fue el colofón de una década y el fin de los Speakers como agrupación, marcó un hito en la fragmentada (y hasta hoy nunca contada) historia del rock colombiano.
Ahora bien, si Mario Galeano es un aventurado por querer “recuperar y hacer visibles músicas extraviadas”, los Speakers fueron en 1968, año del lanzamiento de su disco, una agrupación obstinada que cansada de la complacencia ante los medios y el público adolescente, se embarcaron en un proyecto discográfico sin precedentes en la escena local pues dieron vida a una obra conceptual en la que poesía, experimentación musical y arte gráfico lograron condensar en un mismo discurso el desencanto ante una sociedad pacata y moralista que en vez de manifestarse en contra de los muertos de la guerra, se escandalizaba por el pelo largo, la libertad sexual y el discurso crítico de unos jóvenes que a través de la música tomaban conciencia de su lugar en el mundo. “Cuando se creó esta versión de los Speakers, que fue la última prácticamente”, dice el baterista Roberto Fiorilli desde su hogar en Italia, “la agrupación era simplemente un grupo de muchachitos ye-ye y go-go que hacían música comercial y se presentaban muy bien en la televisión. Cuando yo llegué al grupo, este ya tenía una conciencia más sospechosa de lo que era la sociedad. Una de las cosas que a nosotros nos importaba era decirle a la gente que no éramos los muchachitos vestidos de go-go que hacíamos música en la televisión, sino que también planteábamos situaciones serias. Estábamos presentes en la época y no sólo con canciones de amor.” Valiente apuesta si se tiene en cuenta que para esa época la industria del disco, en un afán dogmático y estandarizado, se empeñaba en mostrar como únicos representantes del movimiento a ciertos artistas de corte comercial ligeros y cómodos para el público como lo fueron Vicky, Harold y Óscar Golden.
Después de cuatro registros anteriores, realizados entre 1964 y 1967, donde se mostraron aparentemente inofensivos, los Speakers presentaron su nuevo proyecto a las disqueras que los habían acogido como sus artistas de cabecera. La respuesta fue nula de parte de los sellos quienes afirmaron que la obra iba a ser, además de políticamente incorrecta, desbordada en costos y un fracaso comercial. La negativa tuvo como resultado el hecho de que la agrupación decidiera asumir la totalidad de los gastos de su producción y prácticamente tuvieron la libertad a sus pies, es decir, pudieron hacer lo que les dio la gana. Con la complicidad de Manuel Drezner, un empresario que acababa de instalar en sus estudios los artefactos de grabación más avanzados de Latinoamérica, Humberto Monroy, Rodrigo García y Roberto Fiorilli se encerraron durante 4 meses en las instalaciones de Ingesón (así se llamaba el estudio de Drezner) y en jornadas maratónicas que culminaban en las madrugadas concibieron un disco en el que pudieron explorar las posibilidades sonoras que les permitían dichos aparatos.
Considerada por muchos críticos y coleccionistas como la “obra maestra de la psicodelia latinoamericana”, “The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón” habla por si sola. Desde su dramático inicio en el que un caminante despreocupado es arrasado por un tren, los doce cortes que la integran son un logro musical muy avanzado para la época en Colombia si se tienen en cuenta varios aspectos como lo son arreglos sinfónicos de una sección de vientos, efectos vocales en los que podemos escuchar desde una voz marciana hasta la transmisión radial de una prueba nuclear, cintas magnetofónicas manipuladas y la inclusión de instrumentos tradicionales colombianos, esto último, un recurso técnico pionero de lo que es la actualidad musical colombiana y que Fiorilli evoca como un momento en el que tuvieron una conciencia histórica, no nacionalista: “Vimos a los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta hacer música muy intuitiva con sonajeros y conchas marinas. En ese instante decidimos incorporar estos elementos a nuestra música para poder demostrar que no éramos solamente roqueros sino que teníamos en nuestro interior un interés hacia lo que era el país y sus antecedentes culturales”.
Pero si la parte musical fue todo un logro, el concepto literario y el diseño fueron no un complemento sino la culminación de una obra integral. En efecto, las letras eran algo más que un simple llanto al amor perdido. Allí estuvieron, para la inmortalidad “Oda a la gente mediocre”, Si la guerra es un negocio, invierte a tus hijos” y “Salmo siglo XX, era de la destrucción”, elocuentes, sarcásticos y frenteros testimonios de una realidad que después de varios años parece no cambiar en nada. Por otro lado, se incluyó un críptico texto del nadaista Darío Ruiz y dos dibujos de Carlos Granada y Augusto Rendón, dos importantes artistas plásticos que en los sesenta fueron ganadores del Salón Nacional de Artistas.
Todo esto y mucho más es lo que usted podrá encontrar en las mil ediciones numeradas que Mario Galeano ha editado en un formato de lujo, tamaño sencillo, cuadernillo y arte originales, notas introductorias y esclarecedoras, sonido mejorado más no aséptico y una réplica de un ácido para “experiencias extrasensoriales” y mejor comprensión de un disco que tristemente no sonó y se relegó al museo como una extraña pieza de colección.

Publicado originalmente en Rolling Stone # 41, Junio 2007

Meridian Brothers/ Este es el corcel heroico que nos salvará de la hambruna y la corrupción


Meridian Brothers
Este es el corcel heroico que nos salvará de la hambruna y la corrupción

La Distritofónica
2009

"(...) no le auguramos mucho éxito en la radio. Pero esto ya no es problema de los Meridian Brothers sino de la radio." (Garay)

Alguna vez Eblis Álvarez, el meridiano mayor, le decía a una revista que sus letras estaban escritas a través de una técnica que él mismo definió como “perspectiva imposible”. Es algo así como un remolino de palabras que de tanto aparentar incoherencia toman sentidos insospechados: algunas se nos presentan dramáticas y apocalípticas; otras, por el contrario, destilan un humor lo bastante corrosivo como para molestar a los soberbios (perdón, a los magnos dueños del ritmo) que todavía andan creyendo por ahí que la vida (en este caso, ser músico) es un acto muy solemne.
Lo paradójico de este asunto es que después de escuchar la nueva grabación de Meridian Brothers, confirmamos que Eblis Álvarez, además de burlarse de si mismo, tiene la capacidad de tejer con filigrana un disco que no descuida detalles.
Grabado en la sala de su apartamento (donde Álvarez ha tenido que sortear la pomposidad egocéntrica de un vecino dictador) este disco logra el sonido adecuado para sustentar un estilo que le debe tanto al surf como al sonido nostálgico de Andrés Landero que acá se oye lo suficientemente retorcido como para que a los guardianes de las buenas costumbres se les siga ampollando el oído.
Aquí están los Meridian Brothers con las “canciones del nuevo trovador” que, como dijo alguien por allí en el Distritofónico 2009, parecen haber sido escritas para una película tropical de los hermanos Quay.
Pero bueno, mejor no hablar tanto de esta nueva entrega de la Distritofónica pues, por fortuna, el mito no es cierto y el grupo si existe. Lo mejor de todo es que a pesar de ser “el terrorismo del sonido comercial”, sí, escuchen bien, hacen bailar.

Género: Canción melodramática para niños sicodélicos tropicales

Publicado originalmente en RAM #4, Noviembre de 2009

Bolaefuego/ Nación Dormida


Bolaefuego
Nación Dormida
Independiente
2009

Imagínese usted, querido lector, que en el mismo saco se meten el bajista de Nadie, La Severa Matacera y Paito junto al percusionista de Comadre Araña y Curupira, el trompetista de Skampida y Voodoo Souljahs más el trombonista de La 33. La secuela de esta insospechada reunión no es un grupo más de fusión, ni mucho menos uno de cumbia electrónica como es usual en estos días.
Bolaefuego es una banda que, al igual que Pacho Dávila, no pretende repetir hasta la saciedad el real book, demostrar que bien han aprendido la lección ni, por fortuna, intentar hacer bailar a toda costa a un público colombiano que se acostumbró a una temida sentencia: “si no se parrandea no sirve”.
Lo que disfrutamos acá es música colombiana que a través de un formato bien jazzero se permite un ejercicio creativo donde caben desde el free, algunas formas musicales del Atlántico y el Pacífico colombianos, hasta sonidos provenientes del mundo árabe, los balcanes y el klezmer.
Es por estas razones que “Nación dormida” a veces nos suena a Ornette Coleman, otras a Explonding Customer, en algunos casos nos recuerda a Masada y, en otros, tenemos la sensación de que se trata de una banda pelayera o una chirimía chocoana.
El caso es que estos tipos viven en Bogotá (con todo lo que esto significa) y logran, sin ambición alguna, transformar ese gran abanico de influencias para convertirlas en un sonido muy local que afuera de las fronteras sonaría natural, es decir, universal.
Seis cortes originales y una resuelta versión de “Mopty” de Don Cherry integran este buen disco fundamental en la discoteca de quien quiera entender los vericuetos del jazz en Colombia.

Publicado originalmente en Music Machine #004, Febrero de 2010

Pacho Dávila/ Pendulum



Pacho Dávila

Pendulum
Independiente

2009


Luego de que en el segundo lustro de la década de los noventa Antonio Arnedo demostrara con grabaciones que si era posible tomarse en serio eso de hacer jazz en Colombia, un impetuoso saxofonista caleño editaría de manera independiente su ópera prima. Cuidándose de no caer en lugares comunes como la repetición aburrida de standars ni mucho menos la pomposidad técnica del latin-jazz, Francisco Dávila retaría al oyente con temas de largo aliento donde la disonancia y el caos premeditado eran la forma idónea para transmitir, por un lado, ese sonido aguerrido que lo caracteriza y, por el otro, una extraña sensación del tiempo que aún hoy, no digamos que lo atormenta, pero que si lo hace grabar discos.
Ya pasaron nueve años y esa búsqueda permanece intacta en “Pendulum”, su quinta entrega grabada en el verano de 2009 en Nueva York.
Como segunda parte de las “New York Sessions”, serie de improvisaciones colectivas que el saxofonista inició el año pasado con el muy introspectivo “The Time is Now”, “Pendulum” es el resultado de un camino sin mapas. Acá solo hay pistas intervenidas, cartografías azarosas que nos llevan fácilmente desde el free hasta la chirimía chocoana.
Al lado de Rafi Makiel en el bombardino, Sebastián Cruz en la guitarra, Martín Vejarano en la batería y la gaita, Armando Gola en el contrabajo y Pheroan Aklaff en la batería, Pacho Dávila se lanza de nuevo al vacío con un registro en el que se le mide a distintos formatos dentro de los que se destacan dos poderosos tríos con Gola y Aklaff (“Singapore noodles”, “Caviar de bocachico”); un cuarteto inédito que incluye trío más gaita y guitarra (“Spiritual realm”) y, finalmente, una abstracción de una chirimía en la que el saxofonista se entrega al delirio junto al bombardino de Makiel y la batería de Vejarano.
En estos tiempos de grandes mentiras creadas en los estudios, “Pendulum” es un homenaje a la espontaneidad. Acá tenemos a un saxofonista tal cual lo veríamos en un bar, un parque o un gran auditorio. Es por esto que este es un disco sincero donde, sin pretenderlo demasiado, los seis que allí se dieron cita se encontraron de pronto, hablando como si fueran viejos amigos.

Publicado originalmente en Music Machine #004, Febrero de 2010

Jaime Andrés Ospina/BBB: Barcelona, Bogotá, Boston


Juan Andrés Ospina

BBB: Bogotá, Barcelona, Boston
Armored Records/Millenium

2009


Los números no mienten. Después de varios años en que la producción discográfica de jazz nacional había comenzado a repuntar significativamente, es una pena, por ejemplo, que de los quince discos que se editaron el año pasado hayamos pasado a tan solo cuatro en lo que va corrido de este año. Uno de ellos es “BBB: Bogotá, Barcelona, Boston”, ópera prima del joven pianista bogotano Juan Andrés Ospina. Pensado y escrito en tres ciudades donde Ospina ha vivido durante una década, este es un registro en el que podemos descubrir a un gran compositor pero, sobre todo, a un soberbio arreglista.
Siete composiciones (más una versión de “Muy Antioqueño” de Héctor Ochoa) dejan en claro que estamos ante un músico maduro con muchos recursos para poder filtrar en una sola sonoridad jazz muy actual (“BBB”, “Amherst”), nostalgias andinas (“Todavía no”, “Al Chicamocha”) y juguetones golpes percutivos emparentados con el Pacífico y el Caribe colombianos (“Palmaniche” y Yasé mehoku ira”).
Acá hay algo que nos recuerda al primer Puerto Candelaria, a Tico Arnedo pero, por otro lado nos remite, también, a Danilo Pérez y a Maria Schneider. “BBB: Bogotá, Barcelona, Boston” es un disco limpio y sofisticado lo que no quiere decir que sea amanerado ni forzado. Por fortuna no cae en lugares comunes, agrada y se disfruta de principio a fin. Excelente debut para un gran músico que, extrañamente, no fue tenido en cuenta dentro de la temporada de jazz en Colombia.

Publicado originalmente en Music Machine #003, Noviembre de 2009

Siguarajazz/ Manrique Mambo



Siguarajazz

Manrique Mambo

Nativo Records/ Merlín Studio Producciones

2009

Otro de los discos en coordenada jazzera que se han editado en el 2009 corre por cuenta de Siguarajazz, banda proveniente de Medellín que con “Manrique Mambo” llega a su segunda producción discográfica. Mientras en “063” (Nativo Records, 2007), se debatían entre el sonido afrocubano y algunas influencias prestadas de la música del Caribe y la zona Andina colombianas, en esta nueva placa la agrupación definitivamente ha privilegiado ese toque afrocubano necesario para catalizar un caudal de energía y buenos solos.
Nos encontramos con un disco sabroso, ideal, por un lado, para echarse un baile y, por el otro, para escuchar atentamente (sin perder detalle) la poderosa cuerda de vientos (José Tobón, Juan Pablo Castaño), el tremendo pianista (Diego Lopera) y todo el cuidado que el bajista Juan García ha tenido con los arreglos. “Manrique mambo” es un álbum variado que transita entre la descarga neoyorquina (“En la cocina”, “Décimo”), el toque soul a lo Poncho Sánchez (“Cantar de la mañana”), la samba (“Curiosiño”, la timba (“Es ahora”) y el danzón (“Danzón Trujillo”).
Este es el “sonido paisa” que le habría gustado a Andrés Caicedo.

Publicado originalmente en Music Machine #003, Noviembre de 2009

Gordos´s Project/ The New Tablado


Gordo´s Project

The New Tablado

Independiente

2009


A propósito de Andrés Caicedo y del sonido paisa, Gordo´s Project me hace recordar aquel cartel memorable inscrito en “Que viva la música” donde Caicedo se iba lanza en ristre contra el chucuchucu: “EL PUEBLO DE CALI RECHAZA: A Los Graduados, Los Hispanos y demás cultores del “sonido paisa” hecho a la medida de la burguesía, de su vulgaridad” Cabe preguntarse entonces qué habría juzgado el escritor caleño si un grupo como Gordo´s Project le hubiese dado un disco. De seguro no habría sido tan implacable. La razón es bien sencilla si tenemos en cuenta que el guitarrista José Villa (cerebro detrás de esta banda) tiene la agudeza suficiente para hacer una lectura ingeniosa de esa música que durante muchas décadas ha sido desdeñada por los cultores del “buen gusto”. Sin pretensiones de corte intelectual (de esas que buscan legitimizar la cultura popular detrás de aburridas parrafadas académicas) Villa puede pasar fácilmente desde un merengue de letra mordaz como “Fashion” hasta “Cumebia” y “Tartamudo”, la primera una cumbia, y la segunda una guasca donde el guitarrista se muestra como un cantante privilegiado que puede cantar con naturalidad trabalenguas, juegos de palabras, e incluso, ponerse en los pantalones de un tartamudo enamorado.
Así, en medio de mucho humor y poca solemnidad, José Villa tiene tiempo para caricaturizar la “vulgaridad” romántica del chucuchucu en cortes bailables como “Terror”, “La Faldita” y “Nasty”.
En estos tiempos, donde Juanes se disfraza con camisetas desteñidas y arma pifias mediáticas como el concierto en La Habana, José Villa no se viene con ligerezas y, sin abusar del falso panfleto, se despacha un vallenato escéptico donde puede pronunciar su descontento:”Ni azules ni rojos/ con maquinarias o independientes/ni izquierda ni derecha/ mucho menos la oposición/Ni populistas/ni de alcurnia por la situación/ni con sancocho ni con lechona/ya no convences y hablas popó”.
A Caicedo le habría caído bien este tipo que a pesar de su gran envergadura sigue, como muchos, invisible. De Juanes, ni siquiera sarcasmo habría brotado del caleño suicida.

Publocado originalmente en Music Machine #003, Noviembre de 2009

Martina Camargo/ Canto, palo y cuero


Martina Camargo
Canto, palo y cuero

Millenium

2009


Tuvieron que pasar 3 años para que Martina Camargo, cantadora oriunda de San Martín de Loba (población ribereña del Magdalena), nos deleitara de nuevo con un disco en el que su voz es la principal protagonista de berroches, guachernas y chandés. Luego de algunas relevantes apariciones en los dos volúmenes de “Tambora: Baile Cantado en Colombia” (editados con lujo de detalles por Guillermo Carbó en 1995), además del recordado “Cantadoras” de Alekumá y su vibrante participación junto a Noel Petro “El Burro Mocho, Emilsen Pacheco y Ever Suárez en “Conector” de Héctor Buitrago, Camargo entra de nuevo al ruedo con “Canto, Palo y Cuero”, un disco en el que vuelve a retomar la tradición de la Tambora, legado sonoro de cimarrones y negros bogas (antiguos pobladores de la sub-región meridional de la depresión momposina) que, en tiempos de conquista, tuvieron que adaptar sus costumbres ancestrales al yugo español.
Hija de Cayetano Camargo, una de las figuras más emblemáticas de la Tambora en la cultura lobana momposina, Martina hace un ejercicio de memoria colectiva e interpreta (con alegría en unos casos y persuasivo dramatismo, en otros) algunas de las mejores composiciones de su padre. Además, para corroborar que la tarea nemotécnica se hizo con suma rigurosidad, sus dos hijas (Daniela y Nataly) acompañan a la cantadora en un gesto donde queda en claro que viejas y nuevas generaciones se unen para preservar, sin purismos exagerados, una tradición musical que, como muchas en Colombia, se encuentra al borde de la desaparición.

Publicada originalmente en Music Machine #003, Noviembre de 2009

Varios Artistas/Cantos de Desarraigo


Varios Artistas
Cantos de Desarraigo: Travesía de la Costa Pacífica Colombiana a Bogotá

Fundación Contamíname
2009


A principios de 2009, en estas mismas páginas, celebrábamos con cierta reserva la edición de Pacífico Colombiano: Music Adventures in Afro – Colombia, una bella compilación prensada en Holanda por el sello Otrabanda Records. Un año después, a pesar de que el Festival Petronio Álvarez gana prestigio oficial y de que ChocQuibTown ha logrado penetrar los mercados internacionales, no deja de ser irónico que otra nueva compilación de estas músicas marginales provenga de Europa.
Cantos de Desarraigo: Travesía de la Costa Pacífica Colombiana a Bogotá, es un disco-libro editado en España por la Fundación Contamíname para el Mestizaje Cultural y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo con el serio propósito de seguir poniendo en evidencia (no sólo ante la comunidad internacional sino también ante la población colombiana, esto último algo que por cierto resulta vergonzoso) la espeluznante realidad del desplazamiento forzado que han sufrido por más de veinte años las comunidades afro-descendientes del Pacífico Colombiano.
Por fortuna este no es un documento oficial lleno de cifras y culpables ni tampoco es una colección de música pensada bajo el sospechoso fervor optimista del tipo Colombia es Pasión; acá hay un ejercicio de memoria colectiva donde no se oculta la barbarie para mostrar la belleza.
Bajo estos presupuestos, la antropóloga Adriana Molano en conjunto con la historiadora Andrea Restrepo y el músico Mateo Molano, lograron atar dos cabos contradictorios de la realidad nacional para recapitular los horrores del desplazamiento forzado y cómo, a consecuencia de éste, las músicas colombianas, en este caso las provenientes del sur y el norte del Pacífico, han sufrido procesos inevitables de mestizaje en la medida que el desarraigo ha llevado a una buena porción de sus actores principales a instalarse en complejos urbanos como Buenaventura, Cali y Bogotá.
Así las cosas, una parte del libro-disco reúne dramáticos testimonios de campesinos, dibujos realizados por niños desplazados para el cortometraje animado Nacidos bajo el fuego y la sobrecogedora crónica Buenaventura, la resistencia negra a cargo de Alfredo Molano quien también aporta un texto investigativo publicado originalmente en el libro “Para que se sepa” del Consejo Noruego para Refugiados.
Por otra parte, no como paliativo, la compilación musical deja ver algunas de las manifestaciones de corte urbano más relevantes en los últimos años como ChocQuibTown, Bahía, La Revuelta, Tumbacatre, Saboreo, Mojarra Eléctrica y Comadre Araña. Al lado de ellos y como testimonio de resistencia pasiva ante el desplazamiento, nos topamos con grupos de marimba de chonta y chirimías tradicionales como Canalón, El Negro y su Élite, Ritmo Son, la Chirimía Tradicional de Leónidas Valencia, Zully Murillo, el Grupo Naidy y tres grabaciones inéditas (registradas in situ por Mateo Molano y Urián Sarmiento durante el trabajo de campo de la investigación) de legendarios maestros que hasta ahora obtienen visibilidad como lo es el caso de Diocelino Rodríguez, Silvino Mina y Gualajo Torres.
Y como para que nada quede en el aire, los realizadores de Cantos de Desarraigo han tenido la agudeza de intercalar, frente a esa realidad que nos obstinamos en dejar a un lado, textos muy puntuales (glosarios, fichas técnicas y entrevistas) para comprender, por un lado, que las músicas tradicionales del Pacífico colombiano no son solo expresiones meramente estéticas sino también experiencias políticas y sociales, y, por el otro, para que el lector- oyente se familiarice con el concepto Nueva Música Colombiana, tan mentado es estos últimos años por periodistas, músicos, investigadores y aficionados
A pesar de que un raro sinsabor aparece después de la lectura de este libro-disco, su audición basta para darnos cuenta de que los colombianos no somos tan espantosos; ni tan felices, como algunos nos han querido mostrar afuera.

Más información acerca de este disco:
www.cantosdedesarraigo.info

Publicado originalmente en Arcadia # 52, Enero de 2010

Damián Ponce/ Disímiles



Damián Ponce

Disímiles
La Distritofónica

2009


Hace un par de semanas nos preguntábamos con una amiga sobre los portafolios de música local que habitualmente se les presentan a las áreas culturales de las embajadas en otros países. En un momento privilegiado de nuestra historia, cuando el abanico musical es quizás el más grande que Colombia ha podido ofrecer en muchas décadas, reflexionábamos sobre las directrices que se han tenido en cuenta para diseñar dichas carpetas y llegábamos a la conclusión (muy obvia, por supuesto) de que prevalecía una intención harto nacionalista, excesivamente comercial, complaciente y prejuiciosa con otros géneros que no apelan al cliché rumbero.
¿Y el resto? ¿Dónde ha quedado el jazz, la electroacústica, la música de cámara, incluso el rock en sus vertientes más radicales como el metal y el punk?
Siendo justos, esta no es una problemática que deban tragarse entera los curadores. Empieza desde la difusión. Salvados los esfuerzos de Radiónica, en el caso del rock, y de UN Radio y Javeriana Estéreo, por el lado de la electroacústica y el jazz, son pocos los lugares idóneos para que estas manifestaciones sean divulgadas. En el caso de la música de cámara, que existe en Colombia desde los tiempos de Pedro Morales Pino, el panorama es más bien desolador pues, además de ser pocos los espacios radiales, no existe un mercado discográfico, y los pocos registros prensados quedan relegados en los anaqueles de las facultades de música.
Es por eso que “Disímiles” del compositor Damián Ponce (Bogotá, 1980) no puede pasar desapercibida. Joven, muy joven (sin que esto le reste madurez a su obra), Ponce presenta un disco monográfico que se sale del circuito de publicaciones de las universidades y la pone al alcance de un público masivo. Desde su escueta presentación hasta las notas interiores, “Disímiles” marca un precedente pues se aleja de las formalidades académicas y, por ejemplo, no incluye pedantes notas eruditas que espantan a cualquier comprador desprevenido; eso quiere decir que, en un gesto incluyente, deja disfrutar al oyente sin que este tenga encima un informe taxonómico de lo que está escuchando. Desde aquí todo empieza bien.
Escritas en un periodo de seis años, las ocho piezas incluidas en la grabación presentan una amplia gama de formatos de cámara que van desde el dúo de flauta y marimba, un trío de piano violín y violoncello, un cuarteto clásico hasta llegar a una rara pieza para batería, bajo eléctrico, guitarra, saxo alto y clarinete.
Abre el disco “Relevos”, interpretada por el trío Tisquesusa. Basada en un juego de infancia, esta pieza nos remite a una atmósfera bien dramática, como sucederá más adelante con el “Cuarteto de cuerdas I”. Mientras el violín y el violoncello “juegan un rato” el piano mantiene el fuego con largos pasajes intensos que incluyen golpes en el cordaje.
Las dos composiciones para flauta y marimba (“Flauta y golpe”, “Surumbática”) fueron escritas en Cuba mientras Damián terminaba sus estudios en el Instituto Superior de Artes de La Habana. De allí el ambiente algo bucólico, sosegado y feliz al que, con cierta ingenuidad, nos remite esta obra interpretada por dos antiguos miembros del desaparecido ensamble de música contemporánea DeciBelio.
Luego de la calma viene la sacudida ¡Y a qué nivel! Por un lado, el “Cuarteto de cuerdas I” muestra a Ponce muy riguroso y clásico (en cuanto al formato se refiere), pero dueño de su tiempo en términos de composición. Hay en este cuarteto una sensación nerviosa de suspenso y tensión (resuelta con lujo de detalles por el Cuarteto Manolov), que en ocasiones -no sin cierta ironía- nos lleva de momentos a los andes y las costas colombianas. Sin embargo, es con la pieza final donde el compositor arriesga el todo por el todo y, con gran sentido del humor, se va por los lados del porro, el jazz, el punk y el metal. “La quinceañera”, escrita para la agrupación bogotana Asdrúbal, es un plato voraz que suena como un híbrido desquiciado entre Steve Coleman y Lucho Bermúdez.
Al igual que Damián Ponce hay más de treinta compositores colombianos esperando ser incluidos en portafolios y eventos de gran envergadura como el Festival Internacional de Música de Cartagena donde muy pocas veces son tenidas en cuenta estas tendencias locales de avanzada.
Como si el tiempo estuviera detenido, sin que él tenga la culpa, aún seguimos embalsamados en Mozart.

Publicado originalmente en Arcadia # 51, Diciembre de 2009